en HIGINIO MARÍN, De dominio público: ensayos de teoria social y del hombre, EUNSA 1997.
1. El futuro como tiempo lógico de la filosofía.
La competencia profesional sobre el futuro les habría resultado inconcebible a la mayoría de filósofos griegos o romanos. Y no sólo porque para ellos el tiempo no tuviera la misma estructura que para nosotros sino porque creían que las preguntas sobre lo venidero sólo las respondían los oráculos, las pitonisas y los dioses si alcanzábamos a escucharles en algún sueño. Fue sobre todo a partir de la Ilustración cuando la razón todopoderosa se propuso rasgar todas las supersticiones de la cultura y cargó sobre ella y sus ministros, los filósofos, la misión de suministrar oráculos científicos que escrutaran sin sombra de superchería alguna lo que está por venir. La filosofía, viejo saber que se ocupaba de lo que las cosas son, encuentra ahora legitimidad social al ocuparse de lo que todavía no es. Solidariamente los filósofos han dejado de ser quienes saber sobre lo necesario, para convertirse en administradores del saber acerca de lo posible. En realidad la filosofía de nuestros días trata el pasado y el presente como si el futuro se tratara: lo que puede ser de un modo u otro. El futuro se ha hecho tiempo lógico del saber filosófico incluso cuando de lo que se trata es, como decía Hegel, de lo que es o de lo que ha sido.
2. Las utopías o los futuros ilocalizables.
Al sugerir la posibilidad de hacer un mapa del futuro quiero decir exactamente eso, que los hombres solemos pensar un futuro quimérico, un futuro que no podrá ser o un futuro que no lo es realmente porque nunca vendrá, lo llamamos precisamente "utopía", es decir, tiempo que no tiene lugar, o que tiene lugar en un sitio que no existe. Si de lo que se trata es de un tiempo en el que todo estará bien, pero que no ocurrirá nunca porque es intemporal, entonces tando da que se trate del futuro como del pasado: los paraísos utópicos del futuro se parecen demasiado a las edades doradas del pasado; y los progresismos utópicos a los conservadurismo idílicos. Ambos tienen en común que pierden de vista la sustancia viva del tiempo, el principio de la novedad respecto de lo ocurrido y lo previsto que solemos llamar como una metáfora, futuro.
+ Es cierto que las utopías son siempre buenas y bellas, pero si son utopías no es precisamente por su bondad o su belleza, sino porque renuncian por su propia perfección a ser verdaderas, a tener lugar y ocurrir en un sitio que exista. A las utopías les ocurre que no pueden ser y además son imposibles: el pensamiento utópico es la forma que la racionalidad filosófica postilustrada -postcientífica- adopata como profecía arquetípica de lo bueno y de lo bello, una vez que se le ha hecho imposible aceptar por su propia pretensión de objetividad trascendental, su condución retórica argumentativa de lo verdadero, de retórica del logos.
Cuando los hombres al pensar el futuro no idealizan la bondadn y la belleza hasta el extremo de impedirles ser verdaderas, es decir, de impedirles tener lugar, ese futuro ya no se llama utopía sino algo quizá menos bueno y menos bello pero más verdadero; algo así como "un futuro mejor× o "el mejor futuro para nuestros hijos" o "un porvenir más humano".
+ Esa es la ventaja de las religiones sobre las ideologías; que colocan el absoluto siempre fuera de la historia, que no nos dejan adueñarnos de él ni someterlo a nuestro empeño. Estas últimas palabras quizás irritarían a Hegel, pero, en cualquier caso, menos de lo que a nosotros nos han ultrajado las versiones secularizadas de su absoluto en la historia. Lo mejor es más humano y verdadero que "lo perfecto". Por lo menos "lo mejor" tiene lugar, tiene sitios donde puede ocurrir, mientras que "lo perfecto" se nos escapa siempre al lugar de las ideas. Todavía se puede decir de otro modo: la perfección en el hombre no se da con la forma de lo absoluto sino de lo mejor.
+ El ser y el tiempo se cruzan siempre en un sitio: el tiempo ilocalizable es el tiempo que no existe.
3. Mapas del futuro necesario: relojes, calendarios, horóscopos, vísceras animales, códigos genéticos y rayas de la mano.
Lo más parecido que hay a un mapa del tiempo físico es un reloj. Los rejores espacializan en sus esferas del tiempo del modo que el presente, el pasado y el futuro se localizan espacialmente. Esa esapacialización del tiempo nos permite orientarnos de alguna manera, de modo que los relojes son algo así como brújulas del tiempo. Brújulas y relojes nos han servido para sustituir al sol, cuya posición fue la primera forma de saber qué tiempo y qué lugar ocupábamos.
+ Pero el un tiempo y un lugar abstracto, sin otro significado que su valor relativo: todos los surestes de una brújula son indiscernibles, ni importa que sean un vergel o un desierto; y del mismo modo todos los doces del mediodía son equivalentes en un reloj, que nada sabe si es nuestro primer o último mediodía. Lo que los relojes nos dejan ver no es la cronografía humana del tiempo sino su cronometría física -el tiempo hecho medida. Los relojes son para el tiempo lo que la geometría para el espacio, su uniformización abstracta: el tiempo y el espacio de la ciencia física.
+ Si los relojes son los mapas del tiempo físico matamatizable, los calendarios lo son del tiempo astrofísico. Los hombres vivimos los movimientos de los astros como días y noches, como primaveras, veranos o inviernos, y de todo ello hemos hecho mapas para orientarnos.
Una corriente cultural de nuestra tradición sostiene que no ha sólo mapas del tiempo astrofísico, sino también tiempo astropsíquicos; se trata de los horóscopos, de la diferenciación cualitativa del tiempo según el influjo que los planetas, las estrellas y las constelaciones tendrían sobre el psiquismo de los hombres.
+ Si fuera cierto los hombres viviríamos los movimientos y conjunciones estelares no sólo como días y noches o como estaciones sino como rasgos temperamentales y configuraciones psíquicas globales, como sucesos biográficos y como lugares del tiempo en los que se pueden emprender negocios, viajes o relaciones que serán fructíferos o fuentos y desgraciados.
No me interesa ahora someter a prueba la objetividad y racionalidad de esas prefiguraciones astrales de nuestra vida, de esos mapas biográfico-astrales. Me basta con señalar que esa ha sido la forma más vida y significativa del tiempo para los hombres de muchas épocas, y que lo racional y lo objetivo no es tan unitario consigo mismo como para no tolerar versiones epocales distintas y hasta contradictorias con la nuestra.
Ahora bien, si nuestros destinos los escriben las estrellas o los dioses del olimpo, que tanto da, el futuro se distingue sólo materialmente del pasado como lo que todavía no ha ocurrido pero cuya forma y desenlace ya conocemos, o podemos conocer si aprendemos a leer en los astros o nos lo cuentan los dioses. Si todo es destinos para los hombres, la historio no es sólo el saber de lo ocurrido, sino también de lo que ocurrirá. Creer en el destino es, en el fondo, no creer en el futuro, o no creer que el futuro se distinga del resto del tiempo com lo nuevo o inédito se distingue de lo viejo y necesario. Los hombres sólo hemos inventado el futuro cuando hemos rasgado el destino, y esa es una invención reciente. Creer que hay futuro y que éste no está escrito, es tanto como creer que el personaje que representa la obra de teatro es al mismo tiempo en alguna medida el menos, el autor del guión.
+ Es cierto que los mapas astropsíquicos -los horóscopos- no tienen en nuestra época el crédito de lo racional y lo objetivo, del que sólo disfrutan la ciencia y los científicos modernos. Tampoco el mapa de lo venidero que los antiguos encontraban en las vísceras abiertas de algún animal nos parece hoy objetivo. Sin embargo, algunos científicos no hacen nada muy distinto de lo que pretendían los antiguos nigromantes y los astrólogos. Mientras que éstos decían leer nuestro futuro en los astros, aquelllos, los nuevos hombres de ciencia, dicen poder hacerlo en las vísceras genéticas de los hombres. Según pretenden el código genético es también algo así como un mapa a escala reducida de lo que el tiempo no hará más que llevar a escala uno uno, esto, es a la vida. El código genético es el nuevo horóscopo científico al que nos acercamos con la confianza de la racionalidad y objetividad de nuestro tiempo.
No hay mucha diferencia, sin embargo, entre el sesudo científico que estudia nuestras cadenas de ADN, y la medium que dice ver la forma futura de nuestra vida en las rayas de la mano. Ambos creen que nuestro cuerpo lleva adjunto un mapa de nuestra vida, un mapa del futuro que se deja ver en nuestra combinación genética o en lo surcos de nuestra mano. Pero prefiero a la gitana porque no nos mata del todo como autores de nuestro guión. Introducir la interrogación y la conversación en el destino es tanto como introducir la libertad, la autoría que cada uno de nosotros tiene en el guión de su vida que es una conversación.
Todo ello -surcos en la mano, albas, vísceras, relojes, calendario, códigos genéticos- son modos que los hombres hemos inventado en los que el tiempo se espacializa según la medida o la cualidad. En algunos rige la necesidad del destino, en otro la necesidad del cálculo y la medida.
4. Meteorología del futuro: altas y bajas presiones del tiempo.
¿Es posible un mapa del tiempo que junto con la necesidad deje ver la libertad de los hombres? ¿Es que el futuro no tiene otro perfil que su medida? ¿Hay alguna geografía posible del tiempo y más en concreto del futuro que el hombre inventa, del futuro que él logra para sí mismo? Seguramente eso es lo que se espera de un filósofo cuando habla del futuro y promete un mapa: que ejerza de meteorólogo cultural y haga algo así como predicciones racionales de los venideros cambios socioculturales. Voy a proponerles lo siguiente: utilicemos, como los meteorólogos, los movimiento masivos de los hombres para determinar el lugar donde, según creern se adensa el futuro, donde hay más futuro o es posible un futuro mejor.
No creo que la asociación entre los lugares de destino de los movimientos migratorios de la población humana y el futuro sea caprichosa y artificial. Cuando alguien deja un lugar por la vida se le hace imposible o muy difícil suele decir que deja esa tierra porque en ella no hay futuro, o porque busca un futuro mejor. El futuro del hombre es, pues, algo localizable, y el futuro mismo es algo que lo hay o no lo hay, que crece y se adensa en determinados lugares y en determinadas épocas, y que se disipa y se esfuma en otras.
Los movimientos geográficos de los hombres se producen en busca del tiempo y singularmente en busca del futuro. Quizá sólo el futuro sea capaz de arrancarnos de la tierra de nuestros padres, del lugar por donde pasó el tiempo y se quedó hecho lugar como la vida y el cuerpo de nuestros mayores. Provengo de una tierra de emigrantes y yo mismo lo soy en cierto sentido, así que no he necesitado leer en libros para saber que la emigración es el movimiento que se desencadena cuando los hombres no pueden juntar el pasado y el futuro en un mismo sitio (y otro tanto vale para el destierro o el exilio).
+ Es cierto que hay hombres y comunidades enteras que no saben ni quieren juntar el pasado y el futuro en un lugar, porque saben y prefieren juntarlo en el movimiento mismo por el que van de un sitio a otro: son los nómadas. Desde que nuestras sociedades sustituyeron la primordialidad de los bienes raíces o inmóviles por la de los bienes móviles, es decir, desde que sustituyeron la tierra por el dinero, casi todos nosotros somos algo así como nómadas urbanos.
+ Viajar el para casi todos nosotros una de las formas de sentirnos vivos. No en balde, Aristóteles definió el movimiento como una de las operaciones vitales, y a la vida misma como automovimiento. Vita in motu, decían los clásicos. Ahora bien, el nomadismo no desmiente la tesis de que el hombre necesita un sitio, un ahí para enlazar el pasado y el futuro, sólo descubre que el ahí puede ser móvil. Viajar es hacer con el espacio un espejo del tiempo: moverse entre los lugares como el tiempo se mueve entre nosotros; hacer que el espacio tenga como el tiempom un antes, un ahora y un después.
+ Tanto la existencia nómada como la sedentaria son formas de enlazar el pasado y el futuro según una relación con el ahí. En ambos casos enlazar uno y otro tiempo es tanto como ganarse la vida, labrarse un futuro, y esa es la común condición de los hombres, la de ser inventores de su propio futuro.
Fue Sartre quien sentenció que el hombre está condenado a la libertad. La idea de condena connota negativamente a su efecto, de modo que la libertad aparece como el fruto desgraciado del destierro de la necesidad. Para Sartre como para nuestra cultura la libertad es irreconciliable con la necesidad, y también en esto Sartre es un cartesiano que concible la realidad dislocada y en guerra entre el reino de la libertad (res cogitans) y el reino de la necesidad (res extensa). La libertad de moda entre nosotros, es una libertad mortalmente enemiga de la necesidad, que no es capaz de acogerla en su seno sometiéndola. Sin embargo, hay una necesidad que surge de la libertad y cuyo cumplimiento es también el incremento de la libertad; se llama promesa.
+ También el destino es algo que se cumple incluso a nuestro pesar pero no sin nuestra concurrencia, esto es, no se impone a la libertad desde fuera como una condena, sino desde dentro como un designio, imponiendo una necesidad que puede no ser distinta de la libertad misma. En este sentido la liberta no es tanto nuestra condena como nuestro destino. El hombre está obligado a labrarse un futuro, a inventar y a descubrirlo desde una condición de autor que él no se ha dado completamente a sí mismo. Unir y enlazar las partes del guión de nuestra vida que nosotros no hemos escrito y las que sí escribimos no es algo que se nos de hecho y resuelto. Ser autor de la propia vida y protagonizarla es, pues, enlazar el pasado y el futuro enhebrando lo necesario y lo posible, lo viejo y lo nuevo.
Hay muchas maneras de enlazar lo que ha sido con lo que será. Ortega diría que se trata en suma de proyectar; pero quizá Nietzshce estuvo algo más certero cuando dijo que el hombre es el ser que promete. Sólo puede prometer el ser que tiene el futuro a su disposición para otro. Quizá proyectar sea algo que se puede hacer en solitario, prometer en cambio siempre es para otro. La tierra prometida no es sólo la tierra que se ha recibido de alguien, sino la de un lugar que dejará a los hombres prometer, proyectar, tener hijos, trabajar y contar historias. La promesa es la forma más libre y más original de futuro; o si se quiere, es la forma con la que el futuro cobra profundidad humana.
+ Los filósofos somos en cierto sentido como gitanas, de modo que puedo decirles que ustedes arrastran consigo un mapa de su futuro que está escrito en sus promesas. El mapa de su porvenir es el paisaje que dibujan sus promesas que son, como los surcos que leen las gitanas, lo que ustedes tienen en su mano, lo que pueden o no cumplir: las promesas de sentido que se hacen con las palabras y que llamamos historias.
+ La promesa es una alianza humana entre la necesidad y la libertad en la que la primera no se sobrepone a la segunda. Prometer es someter la necesidad a la libertad. Somos más libres cuanto más prometemos, porque prometer es extender nuestro protagonismo, expandir la libertad sin expulsar a los otros, y conquistar para la libertad espacios que estaban bajo el poder del azar, de la fatalidad, de la hostilidad del mundo, e incluso de la necesidad de nuestras inclinaciones. Lo que los hombres buscamos son lugares que nos dejan prometer y cumpliar nuestras promesas, lugares que tengan futuro.
Ahora bien si las promesas son el mapa intencional del futuro, para no ser como las utopías, futuros ilocalizables, necesitan un lugar en el que pronunciarse y cumplirse. Un lugar, por la índole dialógica de la promesa, tiene que se necesariamente intersubjetivo, es decir, social. Las promesas programáticas que contengan una forma de vida humana global no pueden prescindir del ahí geográfico, de un cielo y una tierra que habitar.
5. Geografía del futuro: los lugares sociales del tiempo humano.
Si otros hombres estiman nuestra forma de vida y vienen hasata aquí casi por cualquier medio es porque perciben que en estos lugares el tiempo está domesticado, es decir, que el tiempo se ha hecho la casa del hombre que éste puede habitar en cierto modo y hasta cierto punto como su señor. Emigrar es aspirar a ser contemporáneo de un tiempo que no se tiene, que no es nuestra casa sino la del otro: aspirar a ser contemporáneo del futuro de un sitio y de unos hombres cuyo pasado no es el nuestro.
+ El tiempo se ensancha y el hombre se hace en cierta medida su señor si vence relativamente al menos a estos tres disolventes del futuro humano: la guerra, la enfermedad y la pobreza.
Quizá nos resulte difícil o imposible saber qué nos deparará el futuro, pero no lo es saber con qué forma lo concebimos. Disponibilidades del tiempo, o sea, futuros que se oponen precisamente a la enfermedad, la pobreza y la guerra. He ahí las formas del presente que nos dejan prometer, que nos dejan disponer de más futuro precisamente desde lo que hemos sido y hecho. Y he ahí también los radicales antropológicos del futuro que vertebran la forma epocal de nuestra vida social.
+ Para comprobarlo bastaría con reparar en el contenido mayoritario de los noticiarios televisivos. Pero si eso les parece una prueba demasiado débil, observen las dos únicas condiciones que ponemos a quienes intentan entrar en nuestros países: que no tengan enfermedades infeccionsas y que tengan dinero o un contrato de trabajo en regla.
+ La medicina y la economía administran y gestionan la mayor parte de las expectativas de los hombres en las sociedades occidentales de este final de siglo. Ellas contienen el conjunto de los intereses que dan razón de la actual disposición de los espíritus.
+ Son pues los poderes que deciden quiénes pueden vivir entre nosotoros y quiénes no, los que ponen de manifiesto qué clase de locus social son nuestros países: un lugar que no puden ocupar los pobres ni los enfermos, que son los nuevos fantasmas que el estado de bienestar no sabe exorcizar.
+ Les confieso que pese a mi descontento básico con la sociedad en que vivimos (y que se cifra en que cada vez nos deja prometer menos con el cuerpo, la palabra y las manos), la pasión de quienes me preceden en el oficio filosófico por ejercer de sumos sacerdotes de la conciencia social, me hace sentir, con cierto alibio, de otra generación. Pero en cualquier caso todo ello es posible sobre un hecho más básico y más irrefutable: las sociedades burguesas y democráticas son también las sociedades que más futuro han puesto a disponibilidad de los hombres, y no sólo porque sean las más capaces de curar las enfermedades y aliviar la pobreza, sino porque hasta ahora en ellas ha sido posible más que en ninguna otra inventarse o ganarse el futuro.
Quizá parezca que saber curar enfermedades y eludir la pobreza no son lo mejor que el hombre es capaz de hacer, que no son la praxis perfecta, ni la plenitud cumplida de lo humano. Sin embargo, allí donde la pobreza, la enfermedad o la ignorancia se mitigan o dejan de serlo por la acción corporativa entre los hombres, hay más, mucho más, de lo que los antiguos llamarían con gusto piedad, de lo que Rousseau llamó compasión, o de lo que nosotros solemos llamar humanidad.
+ Es verdad, pues, que la misericordia se halla entre nosotros institucionalizada, y que esa objetivación estructural de la piedad exonera a los individuos, y amenaza convertirnos a todos en seres formalmente civilizados e interiormente despiadados. Se trata sin duda de una amenaza grave para el futuro que tal vez lo haga más inhumano y menos misericordioso, o, como ahora nos gusta decir, menos solidario. Pero esa amenaza, al menos, no mata nuestro futuro, no estrecha nuestro horizonte con la forma de la enfermedad, la pobreza o la ignorancia, sino de un decrecimiento de nuestra capacidad de prometer, que es lo que abre la profundidad humana del futuro que son la salud y la riqueza.