de Hans-George Gadamer en LAS BASES ANTROPOLÓGICAS DE LA LIBERTAD DEL SER HUMANO (117-25) [Die anthropologischen Grundlagen der Freihert des Menschen, en Premio Hanns Martin Scheleyer (1986 y 1987), Colonia 1987, 53-62].
(117) Cuevas, guaridas, nidos, en el caso de los seres humanos viviendas, sedentarismo, tal aun antes del inicio de la agricultura, parecen ser el marco de la convivencia dentro del orden. Los intelectuales griegos designaban tanto la del animal como la del ser humano con la misma palabra, ethos, que no tiene una connotación moral, sino descriptiva. Ahora nos gustaría saber si el entierro de los muertos se introdujo en la sociedad humana con el paso al sedentarismo o quizá incluso antes. En cualquier caso, se trata de un paso decisivo hacia la humanidad del hombre, porque significa una superación de la simple preservación personal que es el principal objetivo de todos los seres vivientes. Esta superación es lo que llamamos transcendencia. (118) Parece ser que donde hay una sociedad de humanos, no sólo tenemos una autoridad, sino una autoridad que recibe la aprobación unánime y un reconocimiento duradero. Es al mismo tiempo el ámbito en que el conocimiento de la muerte afecta también al jefe, que tal vez manda erigir él mismo su propio monumento funerario. En todo caso es un ámbito conformado por sólidas normas de vida y de cultura. Autoridad y reconocimiento, conocimiento de la muerte y vida con este conocimiento, tal es la base antropológica de la libertad, que no sólo es la de los jefes, sino la de los seres humanos como tales. Así vió Hegel la dialéctica de la autoridad y la servidumbre en el origen de la sociedad humana y la describió como una lucha por el reconocimiento. Sölo puede ser jefe aquel a quein los demás reconocen como tal. Pero asi mismo sólo puede llamarse jefe aquel no que no depende de nadie, ni siquiera de los instintos que le domiann, ni siquera del temor a la muerte, a lo que Hegel llama señor absoluto. El origen más antiguo de la palabra libertad, eleutheria, libertas, es bien conocido en la esfera de la vida política. Pese a todas las críticas de lo que en nuestra historia y nuestro presente puedan ser falsas dependencias, y pese al miedo a la regresión, que siemper amenaza a los seres humanos, del holocausto al despotismo, el fanatismo y el terrorismo, la famosa fórmula de Hegel continúa siendo cierta: en un tiempo hubo un solo ser libre que mandaba a su capricho sobre la vida y la muerte... era libre? Se trata del tipo oriental de dominación. A la sazón había algunos hombres libres, los señores feudales o los ciudadanos libres de una sociedad municipal construida sobre la economía de la esclavitud, y al final, con la aceptación del mensaje cristiano, todos somos libres. Esto significa de hecho una libertad no realizada. La historia de la esclavitud y la servidumbre, que acompaña a muchos siglos de la historia de Occidente cristiano, es sólo la drástica manifestación de la lejanía de esta meta, que significa la libertad de todos. No obstante, saber y sentir que el hombre debería ser libre representa una diferencia enorme. Todas las luchas por la libertad entre los pueblos, razas, clases demuestran que la libertad es la misión del ser humano y de su arte político y que es un hecho sabido como tal. En las sociedades de animales conocemos ordenaciones de convivencia que, si bien no carecen de violencia, son incruentas. Entre los seres humanos se impone, evidentemente, realizar algunos esfuerzos para excluir de la sociedad el asesinato, por ejemplo, y entre los pueblos, la guerra. Ninguna época ha tenido sobre su conciencia tanta violencia como la nuestra, en que el ser humano dispone de unas fuerzas de destrucción que en cada guerra amenazan con eliminar a toda la humanidad. La historia de la autoridad que, como ya hemos visto, es a la vez la historia de la libertad, he entrado en nuestro siglo en la fase de la lucha por la dominación de la tierra. Ahora que los pueblos y las culturas han aprendido a ofrecer seguiridad civil y evitar en cierta medida hasta la guerra civil, la humanidad se enfrenta a la nueva tarea de considerarse ciudadanos del mundo y considerar toda guerra como una terrible lucha intestina. (120) ¿QUé puede acercarnos en paz y libertad a esta meta de la convivencia? ¿Cuál es la vida humana y cuáles son las formas de sociedad que pueden llevarnos hacia esta meta?
Hablamos de la sociedad liberal. Esta palabra cautelosa encierra la confesión de que entre seres humanos sólo se puede hablar de aproximación al objetivo de paz y libertad. Mientras que los animales sólo tienen que obedecer ciegamente a sus instintos naturales y por ello no parecen conocer la guerra sanguinaria entre congéneres, al ser humano le falta esta inhibición natural implantada por la naturaleza en la estructura de la vida. POr ello se ve obligado a evitar mediante sus propios esfuerzos toda clase de autodestrucción como el asesinato, el suicidio, la guerra y la guerra civil. Detrás del principio moderno Estado de derecho que se base en esta división de poderes podemos reconocer toda una escala de posibles ordenaciones constitucioneales que a mi entender representan en realidad aproximaciones a un principio (121) todavía más universal: me refiero al principio del equilibrio. Una sociedad liberal consiste en última instancia en la participación de todos en el ejercicio del poder, posible gracias al estado y la convivencia ordenada de los seres humanos. Como ideal ciertamente con razón, pero, ¿cómo se realiza en este ideal la participación en este poder? ¿Como una burocracia perfecta? ¿Acaso no nos referimos con esta expresión más bien a lo contrario, un ejercicio del poder que excluye a los demás y a la propia razón, y a veces a toda razón? Una sociedad liberal sería difícilmente un mundo en el que cada uno fuese como un funcionario, aun en el caso de que cada uno cumpliera el ideal de un funcionario. La sociedad liberal, la democracia liberal apuntan hacia la dirección contraria. No a una representación abstracta del Estado, sino a una participación concreta en todo, en lo que sea común a todos, en la administración, legislación, promulgación de leyes, en suma, la vida social en general. Las anticuadas palabras comunidad y solidaridad recuerdan este ideal y la norma impuesta aquí y que ya fue dictada para las grandes ciudades estado de la antigüedad: una sola voz tenía que llegar al mismo tiempo a todos los ciudadanos. (122) Pero la mediación abstracta de los medios de comunicación es insuficiente, por mucho que se esfuercen en ser justos con todas las fuerzas vivas de la sociedad. No cabe duda de que todos imponen a todas limitaciones de su libertad y por el otro lado defienden a ultranza los espacios libres personales y profesionales de todos los peligros que amenazan el equilibrio del orden, desde el ostracismo, hasta la protección de las minorías en un estado multinacional.
Aristóteles tiene razón cuando, como Isócrates, distingue a los seres humanos de las sociedad y los modos de comunicación animales por el lenguaje. Aquí se halla al fin la última raíz (123) de la libertad que hace seres humanos a los seres humanos: la elecciión. Tienen que elegir y saben -y saben decir- a qué se comprometen con ello: elegir mejor y, como tal, el bien, la razón y la justicia. Un compromiso desmentido... y al final, sobrehumano. El hombre, sin embargo, tiene que aceptarlo, porque debe elegir. Tal es el abismo de la libertad. El ser humano puede perderse lo mejor: puede hacer el mal en vez de el bien, lo injusto con lo justo, el crimen con una buena acción. Esto es lo cierto de la frase de Sócrates: nadie obra mal voluntariamente. La elección supone distancia, visión de las posibilidades, valoración de las posibilidades derivadas del esquema de acción de impulso y deseo, en el cual se mueven los animales que los retiene en las trayectorias fijas de las reacciones desencadenadas por el estímulo espontáneo. Donde hay seres humanos hay distancia. Hay tiempo, sentido del tiempo, apertura al futuro, incluso también en la percepción del propio fin. Dominación, poder, honor, vergüenza, goce, posesión y éxito, todo esto se halla en el cúmulo de posibildades de la vida humana y se incorpora al orden de los círculos vitales de familia, sociedad y estado (y amenudo contra ellos). Sin embargo, todos estos círculos vitales viven del intercambio de las palabras, del equilibrio de intereses, así como de la estructura de comunidades basadas en la lengua.
(124) Por ello la palabra fundamental para gobierno y gobernante no es tiranía y tirano, sino dominium y dominus. En latín domus significa casa. El señor de la casa es a la vz el celador y administrador del oikos. Esto es válido en analogía para todos los órdenes de la vida en todas las magnitudes, también para la dura vida laboral del undo profesional de la actualidad. Nos damos cuenta de los problemas de nuestra sociedad industrial y de la finalidad del liberalismo que encierra cuando prestamos oído a los viejos tonos de solidaridad practicada y vivida que suenan en la familia, en la casa, en el mercado, en la vida de los pueblos y ciudades, de comunidades, iglesia y patria.
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