jueves, 15 de julio de 2010

EL CONTADOR DE HISTORIAS - Guión y cuestionario

de Higinio Marín en "Nuestro Tiempo" 490 (1995), pp. 114-125.

la realización cultural del conocimiento
(continuación del Festín de la palabra)

* El contador de historias serviría para completar una definición simbólica del hombre: bípedo con manos que cuenta historias. Una versión extensa de aquella otra que pronunción Marcel: animal de sentido. El hombre es el animal que le encuentra sentido al mundo con sus manos y con sus historias, pero ese encontrar no es un mero hallar, es un hallazgo mediado por la invención. Las manos y las palabras son, antes incluso que el arte, los órganos de la comprensión del mundo y de la vida. En las manos el mundo se hace presente para sí mismo con la forma de la disponibilidad, del hacer: son la reflexión física, el sitio donde el mundo se hace y descubre sus posibilidades.

* El campesino de Villanubla: la vida del campesino tiene otras dimensiones que la de la vaca y es vulnerable también de otros modos: la vida humana es sólo tal si es un "vivir para contarla", y deja de serlo si no se puede contar.
* Similar intuición hizo afirmar a Aristóteles que los amantes de las historias, de los mitos, y los de la filosofía tenían en común la fascinación por lo maravilloso. La admiración por la que ha empezado y empezará siempre la filosofía es el descubrimiento de prodigios allí donde todo parecía obvio. La filosofía es una historia cuya textura no quiere añadir nada a lo que cuenta, porque está persuadida de que lo prodigioso es que los prodigios están ahí y que se dejan contar hasta cierto punto al menos. La literatura fantástica y la filosofía, se proponen para el hombre como un viaje que (aunque para una sea explorar lo que no existe y para otra sólo lo que existe) de vuelta nos trae con las manos vacías pero con una historia que contar.

* No todos habrían reaccionado como el campesino porque el atropello se convirtió en suceso avistable bajo dos acepciones: como ocasión para aumentar las propiedades y como relato que se puede contar. Las dos son formas de dar cuenta de lo sucedido. Entre estos bípedos los hay que quienes usan de las manos para contar historias. Hay vidas en las que las historias que dan cuenta de ellas son obras que no son relatos, o son relatos que se hacen con las manos. Sin embargo hay sucesos en los que lo más estimable es la historia que nos dejan contar. Y también hay hombres que en general no estiman nada tanto como las historias que pueden contar. El gusto por las historias. La forma moderna de ciencia sugirió a sus inventores la idea de que el mundo era un libro escrito en caracteres matemáticos, o sea, una historia que se puede leer si se sabe matemáticas.

Hay algunos para quienes el título de contador de historias es demasiado poco heroico, y prefieren ser como Aquiles, hacedores de hazañas y pronunciadores de discursos. El bípedo con manos que cuenta historias tiene una versión heroica en el hacedor de hazañas y pronunciador de discursos.
* Quien pronuncia discursos para más dispuesto a contar lo que hace y lo que hay que hacer porque ya tiene las cosas bajo control y puede disponerlas a su juicio. Pronunciar discursos exige controlar lo que se cuenta antes de contarlo. Por eso suelen dar discursos los que tienen poder. Por el contrario quien cuenta historias es propenso más bien a contar lo que le pasa, precisamente porque lo único que puede o saber hacer por controlar situaciones es contarlo. Quien sólo pronuncia discursos paga, por lo general, un precio muy alto: la soledad. Los discursos y quienes los escuchan no dan compañía; eso sólo lo consiguen las historias.
* Tan difícil es la síntesis entre ambas acepciones que sirve para lo que se podría llamar una definición práctica de Dios: la Persona en la que se unen y no se estorban una justicia perfecta y una infinita misericordia, paternidad.
* En cierto sentido el contador de historias quizás sea más universal y más humano: no todos precisan pronunciar discursos y, sin embargo, sí que todos lo shombre necesitan contar y escuchar historias. Al ser más universal también es más distintivamente humana frente al resto de especias animales.

* La cuestión no es que el hombre sea el único animal que cuenta historias; sino que es el único que necesita contar su vida para poder vivirla como propia: comprendiéndola. La vida del hombre segrega y recibe el sentido en formas de historias, de relatos con los que la vida se expresa al tiempo que se hace aprehensible en un preciso sentido: como mía y como humana. El acto de comprensión también está mediado por historias. El sólo procedimiento de los mortales para establecer su identidad es contársela, narrarse a sí mismos su vida.
* Si perder la memoria es perder la propia historia, quedarse sin historias es tanto como quedarse sin memoria, quedarse sin el adentro donde lo hecho y lo sucedido van dejando el rastro que somos. La memorización del yo no se satisface con la retensión framentaria de sucesos. La memoria es siempre una reconquista del yo perdido con el paso del tiempo. Sólo desde ahí pueden urdirse las historias que cuentan lo que se hará, los proyectos que pueblan el futuro.
* La necesidad de dar razón de la propia vida en una historia para poder vivirla, deja ver la distancia con la que los hombre se viven a sí mismos. Esta distancias nos hace vulnerables. Primero se nos puede malinterpretar. Y segundo desde dentro: podemos desorientarnos y vagar sin ni siquiera una historia que contar y todavía más fácil, podemos engañarnos. Quien se desorienta y no tiene una historia que contar es como un cuerpo deshabitado que arrastra existencia fantasmal. Por el contrario quien se engaña no vive una vida desierta, sino que está habitado por un extraño, es un poseído. Quizá no exista forma más efectiva de maldición que quedar poseído por una historia que es una mentira.

Quizá no siempre sea fácil distinguir entre la equivocación y la impostura porque la vida está hecha de historias que nos permiten contarla, y las historias nos comprometen como narradores. Las historias que contamos no se quedan fuera de la propia vida sino que se le adhieren expresándola; dándoles su rostro y su voz, que puede ser una mentira y una equivocación. No obstante la historia que no es una mentira no esconde su vulnerabilidad. La historia que puede ser quizá ser verdadera no desprecia la posibilidad de ser desmentida, ni la necesidad de ser confirmada. Por eso necesita desde dentro de ella misma ser contada. Las mentiras, por el contrario, se hacen necesarias desde fuera. Las mentiras son la servidumbre esclavizante respecto de un principio exterios: esa es la necesidad con la que el mentiroso cuenta historias. Engañarse, mentir, contar la historia de la propia vida o no poder hacerlo, es posible porque somos una versión de nosotros mismos, o, si se quiere, vivimos en una interpretación de lo que somos. Los hombres nos inventamos el sentido de nuestra vida; y nos lo inventamos porque nos lo tenemos que contar. En la medida en que el sentido de la vida es la humanización de esa vida, bien se puede decir que los hombres nos inventamos lo humano. Inventar significa también descubrir lo que estaba oculto y encontrar. No hay relatos neutrales, meras narraciones de hechos porque toda narración es un invento, pero las historias pueden ser el invento de la verdad de lo sucedido. Contar es inventar la verdad.

* Quien no puede contarse una historia, quizá haya sufrido y gozado mucho; tal vez haya amado, conocido y experimentado más que los demás, pero si no puede contarlo es que no ha podido reunirlo, no ha podido congregarlo en torno suyo, y él mismo se haya disgragado y repartido. Si todos los fragmentos termian por congregarse aunque sea de un modo distinto a como estaban entonces surge de nuevo una historia y el narrador se reestrena en una nueva versión de sí mismo. Descubrirlo es inventarlo: figurar una nueva historia que junte en una nueva versión todo lo que se ha sio. Es imposible tener un presente biográfico si no se pueden contar las historias de lo que se ha sido y de lo que se podrá ser. El pasado y el futuro tienen para nosotros una estructura narrativa, son un cuento, y el presente es siempre la posición que gana quien los puede contar. Santo Tomás llamó sabios a quien poseían el orden, la conexión argumentativa entre la peculiar índole de lo que hay. Algo de esa sabiduría hay en todos aquello que son capaces de contar historias, también las fantásticas.
Imaginar historias es como zurcir el tiempo para componer una totalidad habitable por los sentidos y por los afectos.

* Las primeras historias que nos dicen lo que somos están escritas antes de que nosotros las podamos contar. Nos las cuentan y las recibimos como una vestidura semántica: quedamos investidos de sentido y nos estrenamos en las primeras representaciones de lo que somos. Es el vestido de la pirmera forma de estar en comunidad, de ser un alguien que los demás están dispuestos a reconocer, es más, que no es nada distinto de lo que los demás, o por lo menos unos cuantos están dispuestos a reconocer. De ahí la sensación de estreno y novedad que la historia recién descubierta arroja sobre el mundo y los demás desde uno mismo, porque lo que se ha descubierto es precisamente el "uno mismo": la unidad de lo sucedido y de lo que está por suceder en un punto intangible y nuevo que es el yo, la trama de la historia recién aprendida.
* Que en la actualidad la memoria identificativa llegue apenas al umbral donde cada uno pudo protagonizar sus acciones en vez del árbol genealógico tiene cierta ganazncia de que la propia identidad de geste al hilo de la propia libertad y no sólo desde fuera. El acontecimiento de encontrarse existiendo tiene para nosotros la estructura del descubrimiento de que se es autor, y no sólo actor, de la historia que somos. A partir de entonces podemos protagonizar de una forma nueva nuestra historia. Nos convertimos en protagonistas de una historia que, aun siendo la de nuestra vida, con frecuencia pasa a fundirse con la historia del mundo y del resto de los hombres. El momento en que la propia vida protagonizada y la historia del mundo se funden es la edad de los ideales. Es el momento en que nos persuadimos de que al escribir nuestra propia vida escribimos también la de los demás. Nuestra acciones y palabras cobra una dimensión época y profética. El mundo yace ante nosotros y podemos retomarlo para hacerlo progresar al ritmo de nuestro paso, que no es sólo el ritmo de nuestra vida sino el ritmo de la historia, de la verdad, de la justicia, de la misercordia.
Se puede vivir instalado ahí para siempre. Pero también se puede romper el ideal y apagarse como se apaga una mala historia, o una historia en la que no se cree. En cualquier caso es imposible evitar que sucedan cosas que no se pueden contar. Hay historias de lo que se es, hay personas, que sólo evitan romperse negando lo que no pueden integrar. Hay cosas que no se pueden contar porque no hay modo humano de encontrarles sentido, y cuando suponemos que el sentido están en los designios de la providencia no queda más remedio que exclamar "hay Dios no hay quien le entienda". La religión no niega que haya cosas que no se entiendan, pero construye una interpretación de por qué no se entienden.

* Cuando no hay modo humano de mantener unido lo que se ha hecho per tampoco se lo niega entonces lo que se siente es dolor; y las palabras, las historias se nos rompen en quejidos que denuncian que aquello no tiene sentido, que no se puede juntar y que nos resistimos a unirlo en un relato que le diera sentido. La antigua armonía se convierte en guerra. Entonces, a veces, los hombre piden perdón. Pedir perdón es pedir que el mal que se ha hecho no haya sido, que no exista, que no se incluya en nuestra historia que puede así empezar de nuevo. Con frecuencia sin embargo lo que nos rompe no es mal que hemos hecho sino el que hemos sufrido. Ocurre ante el sufrimiento y la enfermedad, ante la muerta y la violencia: yo me cuento mi Dios y tú tienes derecho a dispersarme. No le faltan al hombre motivos que, desde dentro o desde fuera, le muestran que en la vida hay un resto inevitable de guerra, discordia y separación.
* Así quedan definidos los enmudecimientos del contador de historias. La división reside en el seno mismo de lo que somos, y se hace manifiesta en nuestra incapacidad para zanjar lo que somos en una historia. Si fuera posible hacer lo que hace Rousseau en su autobiografía, sería posible vernos por dentro y por fuera, contar la historia como lo haría el mismo Dios. La aspiración, sin embargo, a verse y a contarse tal y como se ha sido, responde a un anhelo constante entre los hombre: aplacer el dolor, la disgregación con la que nos vivimos y que nos exige su continua contención.

* A veces, no obstante, el dolor no puede resisitirse y la ruptura se consuma. Entonces nos rendimos a la disgregación, somos arrollados por una división que nos rompe, y eso es lo que suele ocurrir cuando alguien se echa a llorar: que ya no puede retener su desbordamiento porque se ha roto y no hay modo de mantener junto lo que se ha separado. El llanto es algo que le arrastra a uno, y que le arrastra rompiéndolo. Como la música y el baile el llanto es una encarnación de los movimientos del espíritu: la encarnación de un movimiento que es separación. Quien ha estado así esparcido aprende que aunque precisemos contar nuestra vida para comprenderla, eso no significa, sin embargo, que podamos hacerlo siempre, y mucho menos que podamos hacerlo solos.

* Si alguien coge esos pedazos rotos en los que nos hemos quedado esparcidos y es capaz de juntarlos recomponiéndolos de una manera nueva, entonces es capaz de consolarnos. Somos consolables por la misma razón por la que somos vulnerables, porque no somos autores absolutos de nuestra historia, porque la historia que somos precisa de otros, los tiene como coautores que nos escriben la historia, la vida. La vida de cada uno no es concéntrica con su libertad, ni la libertad con la conciencia, tienen un centro más basto, más extenso y más denso. Alcanza a aquello de los que Aristóteles dijo que lo que podemos por ellos es como si lo pudiéramos nosotros mismos: los amigos. Ellos son la versión benébola de la historia que somos: nuestra mejos memoria.
* No sólo la amistad, también el arte, la religión significan reunión y ligazón. En todas ellas es posible encontrar consuelo; todas son cosas que hacemos los hombres para resistirnos a la disgragación. De esa clase son también las comidas en común, los cánticos, los bailes, la poesía y las reuniones para escuchar historias. También las ciencias son formas humanas de resisitirse a la dispersión. La filosofía misma ha sido entendida desde antiguo como una forma de consolación. El viejo empeño filosófico por explicar lo real desde sus últimas causas y sus primeros principios no es más que el esfuerzo por trazar entre las cosas la red de la explicación. También la filosofía, como el dolor, se resiste a la división, a dejar esparcido lo que tal vez pudiera estar junto.



+ cuestionario

- ¿Qué relación ves entre las definiciones del hombre: animal de sentido y bípedo con manos que cuenta historias?

- ¿Qué tienen en común la filosofía y la literatura fantástica?

- ¿Por qué contar historias es un rasgo distintivo de lo humano?

- ¿Por que la necesidad de contar historias para poder vivir vida humana hace al hombre vulnerable? [Porque el ser una versión de nosotros mismos existe la posibilidad de engañarnos o que nos malinterpreten]

- ¿Qué es una mentira en relación en relación a lo que somos y lo que creemos ser?

- ¿Qué implicaciones tiene el hecho de que en la actualidad la identidad personal está sustentada en la memoria de las propias acciones y no, como en la antigüedad, en el árbolo genealógico y la ascendencia? [La vida es sólo protagonizable desde dentro: la autoría de la vida necesita de una invensión de sentido para vivir personal]

- ¿Qué relación hay entre lo que no se puede contar y la religión? [La religión no es la explicación de lo que no conocemos, sino una interpretación de lo que no podemos conocer. No explica los misterios sino que los profundiza. O niego antes de romperme o lo adscribo a la existencia de un sentido que desconozco. El consuelo es muy relativo. Necesidad de vernos como lo que realmente somos: aplacar el dolo y la disgregación: que existe un relato de sentido que alguien posee]

- ¿Por qué el contador de historias enmudece? Relaciónalo con una dimensión trascendental de la existencia humana. [Existencia de cosas que hacemos y que sufrimos que no podemos integrar: pedir perdón y proferir quejidos. Incapacidad de zanjar lo que somos en una historia, de poseer la última palabra sobre nuestra vida o sobre el orden de los acontecimientos]

- Explica la frase de Jacinto: "El llanto es algo que le arrastra a uno y que le arrastra rompiéndolo". [Ser arrollado por una división que nos rompe. Consumada la incapacidad para integrar lo que nos pasa en un relato. Es una encarnación de un movimiento del espíritu, como la música o el baile: el movimiento de la separación]

- ¿Por qué somos capaces de rompernos en pedazos (de ser disgregados en nuestra historia) y de ser consolados, volver a ser reunidos? [Porque no somos los autores absolutos de nuestra vida. Porque el sentido de nuestra vida no es una inyección individual: lo cual rompe con el mito faústico moderno: algo de espectadores también somos: al principio ya había música]

No hay comentarios:

Publicar un comentario