jueves, 29 de julio de 2010

Dos textos de Steiner sobre el lenguaje

"Hay casos de movimiento suspendido o severamente atenuado: algunas lenguas mágicas y sagradas pueden ser mantenidas en un estado de embotamiento artificial. Pero la lengua de todos los días está literalmente sujeta a una mutación permanente. Y esto en las más diversas formas. Nuevas palabras aparecen a medida que las viejas son relegadas al olvido. Las convenciones gramaticales son cambiadas por la presión del uso idiomático o por las disposiciones y reglamentos culturales. El espectro de lo que está permitido y de lo que es tabú no deja de variar. En un nivel más profundo, las proporciones e identidades relativas de lo dicho y de lo no dicho se alteran y modifican. Se trata de un tema absolutamente central, aunque mal entendido. Las diferentes civilizaciones, las diferentes épocas no secretan necesariamente el mismo volumen de lengua; algunas culturas hablan menos que otras; algunos modos de sensibilidad privilegian la elisión y la economía de las palabras; otros recompensan la pretensión y la ornamentación semántica. El monólogo interior tiene una historia compleja y probablemente irrecuperable: tanto por el volumen como por el contenido significante, las divisiones entre lo que nos decimos a nosotros mismos y lo que les comunicamos a los otros no han sido las mismas en todas las culturas o etapas del desarrollo lingüístico. Con la emergencia progresiva del subconsciente, característica del paisaje moral y afectivo del Occidente posterior al Renacimiento, se ha realizado una drástica redistribución de los volúmenes lingüísticos (el habla pública sólo es la punta del iceberg de densidad y las líneas de fuerza verbales de los sueños constituyen una variable histórica. En la medida en que el lenguaje aparece como reflejo, una imagen inversa del mundo o, más plausiblemente, como un confluencia de lo reflejado y de lo creado en un diedro o interficie (carecemos de un modelo formal adecuado), podemos decir que evoluciona tan rápidamente y de maneras tan variables como la experiencia humana misma" [G. Steiner, Después de Babel, F. C. E., Madrid 1981, pp. 33-4].

[Elusión: anulación; diedro: convergencia de dos planos]


"En la antigüedad el lenguaje era nuevo o, más exactamente, el poeta, el cronista, el filósofo dieron a la conducta humana y a la experiencia mental que se encontraba en circulación una segunda vía todavía desconocida -una vida que pronto descubrieron más perdurable y duradera, más llena de sentido que la existencia biológica o social. Este atisbo, que resulta a la vez trágico y exultante (el poeta sabe que el personaje ficticio que ha creado lo sobrevivirá) se afirma a sí mismo una y otra vez en Homero y Píndaro. Cuesta trabajo imaginar que la Orestíada no haya seguido de cerca la toma de conciencia por el dramaturgo, de las paradójicas relaciones entre él mismo, sus personajes y la muerte individual. El autor clásico es el único revolucionario de cuerpo entero: él es el primero en irrumpir no en el océano del mudo lenguaje que termina con el hambre, sino en la terra incognita de la expresión simbólica, de la analogía, la alusión, el símil y el contrapunto irónico. Tenemos muchas historias de la guerra y la decepción, pero no contamos con ninguna de la metáfora. ¿Cómo imaginar hoy lo que debe haber sentido el primer hombre que comparó el color del mar con lo oscuro del vino o el otoño con la cara de un hombre? Tales figuras constituyen nuevos mapas del mundo, reorganizan nuestro hábitat. Cuando el cantante pop gime lamentando que no hay una manera nueva de decir estoy enamorado, o bien que los ojos de la amada están llenos de estrellas, toca con el dedo uno de los puntos neurálgicos de la literatura occidental. Han sido tan grandes y tan profundos la ambición y el alcance de los modelos helénicos y hebraico que después de ellos no han sido particularmente numerosos los hallazgos nuevos y las aportaciones genuinas. Ninguna desolación ha sido tan profunda como la de Job, ningún rechazo de las leyes de la ciudad han sido tan tajante como el de Antígona. Horacio ya contemplaba el fuego del hogar al caer el día; a Cátulo poco le faltó para hacer un inventario del deseo sexual. Una parte muy amplia del arte y la literatura occidentales es un conjunto de variaciones sobre temas definitivos. De ellí la confusa amargura del comensal que llega cuando el banquete está por terminarse y la impecable lógica de Dadá cuando proclama que no surgirán nuevas intensidades emotivas e intelectuales mientras el lenguaje no sea demolido. Hagamos de nuevo todas las cosas, arenga el revolucionario en palabras tan viejas como el Cántico de Débora o los fragmentos de Heráclito" [G. Steiner, Después de Babel, F. C. E., Madrid 1981, pp. 38-9].

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