domingo, 13 de junio de 2010

DOSSIER 14

TEMA 14. INDIVIDUO Y SOCIEDAD

El ser humano sólo puede vivir en sociedad. Lo propio del ser hu­mano es con-vivir con sus semejantes. En nuestra época es común subrayar la importancia del individuo, su capacidad de elegir y de decidir por sí mismo qué clase de vida quiere llevar. Actualmente, es preciso ser indepen­diente si uno quiere ser alguien auténtico. Desde este punto de vista, la so­ciedad los demás aparecen como "lo otro" que uno mismo, aquello de lo que hay que distanciarse para poder constituirse como un "yo" verdadero.

Quizá uno de los mayores problemas a la hora de estudiar filosofía consiste en comprender el significado específico que tienen las palabras y los conceptos que se usan, que no necesariamente coinciden con los del len­guaje ordinario. Por eso, hablar de individuo y sociedad, exige explicar el sentido de los términos que se emplean, sobre todo cuando se empieza di­ciendo algo que no parece estar muy de acuerdo con la sensibilidad cultural de nuestros días.

1. Individuo y cultura

El entorno propio en el que el hombre vive es la cultura. La conducta del hombre no está determinada por los instintos; para resolver sus problemas el hombre debe aprender a resolverlos. Y eso es algo que encuentra no en su código genético, sino en el universo simbólico en que vive. Por eso todas las soluciones a los problemas individuales de cada uno tienen algo de común con el resto de los individuos; por eso todos los habitantes de una cultura se parecen tanto. Ningún ser humano podría ser humano sin la convivencia con los demás en una cultura.

Hemos visto en el tema 3 cómo una de las características que distin­guen al ser humano de los animales es que el hombre no tiene propiamente instintos. La forma en que los seres humanos resuelven las necesidades de la vida no es una forma única, determinada por su constitución genética. Las soluciones humanas a los problemas de la vida residen no en su heren­cia biológica sino en su cultura. Así, se puede decir que la solución que una golondrina da a la necesidad de encontrar cobijo se llama "nido", mientras que la solución humana a ese problema se llama "arquitectura". Todas las golondrinas hacen sus nidos de la misma forma, de los mismos materiales y en lugares muy semejantes. Por el contrario, los hombres han desarrollado a lo largo de la historia muy diversas formas de vivienda. Las soluciones humanas a las necesidades de la vida son de índole cultural, no están prede­terminadas de antemano por ningún impulso interior: no hay ningún gen que sea el responsable de las pagodas ni de los rascacielos. Todas las solucio­nes humanas son soluciones culturales. Ninguna es más natural que otra. Lo natural, para el hombre, es hallar una solución cultural. Porque si no tiene ninguna no puede sobrevivir.

Ahora bien, si los animales no necesitan "aprender" cómo resolver las necesidades de la vida porque eso es algo que les viene dado con los ins­tintos, los seres humanos sí necesitamos aprender a resolver los problemas de nuestra vida. Necesitamos aprender cómo se construye una casa, necesi­tamos saber cómo se preparan los alimentos para que sean comestibles, qué palabras hay que emplear y en qué orden hay que colocarlas para que los demás nos entiendan, qué hay que hacer para conseguir un empleo, cómo hay que comportarse para hacer amigos, etc. Todos esos conocimientos están disponibles en lo que llamamos cultura. La cultura recoge las experiencias de muchas otras personas que nos han precedido en la existencia y nos faci­lita enormemente nuestra propia vida. Todos esos conocimientos los aprendemos porque hay otros que nos los enseñan, directa o indirecta­mente. En realidad, gracias a los demás, cada uno de nosotros somos "via­bles" como seres humanos.

La cultura es un universo simbólico que el hombre crea y añade al mundo físico para poder habitar en él. La cultura es el resultado de la capacidad humana de creación de sentido. O dicho de otra manera, la experiencia humana de la vida ha ido otorgando a las cosas una significación que va más allá de su carácter estrictamente material o instru­mental. Por la cultura yo sé lo que significa "adecuado" o "indigno", y en virtud de esa significación declaro que una cueva o una choza no son luga­res habitables, adecuados o dignos para la gente que vive en una ciudad oc­cidental del siglo XX. Aunque quizá para quienes habitaron el Africa orien­tal hace treinta siglos fueran viviendas no sólo adecuadas, sino tal vez de lujo. De la misma manera, gracias a la cultura, es decir, gracias a la experien­cia acumulada de generaciones anteriores, que he aprendido de los que me preceden en la sociedad, puedo hacerme una idea de lo que es verdadero respecto al mundo, de lo que es aceptable, de lo que es conveniente o es­pléndido.

La cultura, explica el antropólogo norteamericano Clifford Geertz, es un sistema de significaciones en virtud de las cuales las personas definen su mundo, expresan sus sentimientos y formulan sus juicios. Es un conjunto de significaciones representadas en símbolos, históricamente transmitido de generación en generación, por medio de las cuales los hombres comunican, perpetúan y desarrollan sus conocimientos y sus actitudes ante la vida.

En realidad, el ser humano sólo es viable como tal gracias a los de­más, al influjo de los demás en su vida. Este influjo se manifiesta de diver­sas maneras, no sólo en lo que podríamos llamar el bagaje inicial de la pro­pia existencia. La sociedad no solamente nos aporta lo que necesitamos para iniciar nuestra vida individual sino que está presente en el desarrollo con­tinuo de nuestra biografía. Esto es lo que podríamos llamar el influjo del medio social sobre el individuo. Que la conducta individual depende en cierta medida de factores sociales y no sólo de la voluntad individual libre es la convicción fundamental de la sociología. Es también una premisa impor­tante para la antropología y la filosofía social. Ya hemos dicho que la menta­lidad dominante de nuestra cultura occidental tiende a subrayar la impor­tancia de la voluntad del individuo como motor de la propia existencia. Nuestro discurso ético y político toma como punto de partida la decisión in­dividual: son los votantes los que me han otorgado su confianza y ellos se­rán los que me la retirarán; es cada uno el que decide su compromiso con los valores que juzga estimables, etc. Incluso el lenguaje publicitario se dirige a la libre elección individual como objeto de sus afanes. Sin embargo, una mi­rada atenta a la conducta ordinaria de la gente descubre muchas formas de actuar que resultarían inexplicables desde la mera consideración de la vo­luntad del individuo. ¿Por qué de repente a todo el mundo siendo "todo el mundo" la gente de quince a dieciocho años le ha dado por comprarse va­queros verdes o por ir a esta o aquella zona de bares? ¿Es que cada uno ha re­flexionado racionalmente sobre las ventajas de este o aquel color, de este o aquel bar? Ciertamente las modas muestran a las claras cómo mucha gente organiza su conducta de acuerdo con lo que hacen los demás. Este "lo que hacen los demás" es lo que, con una expresión algo más técnica, podemos llamar factores sociales de la conducta personal. Evidentemente, la dimen­sión social de la conducta no se termina en la cuestión de la moda, ni siem­pre es tan explícita y cambiante.

2. La dimensión social de la conducta individual

Muchas de nuestras acciones y decisiones no son el producto de una deliberación racional y consciente. Son acciones que se explican por el contexto en que vivimos: es lo que todo el mundo hace. La vida humana tiene una dimensión social tan pronunciada que resulta difícil aislar lo que es puramente individidual y lo que es puramente colectivo.

Las costumbres tan diferentes entre unas culturas y otras en temas ordinarios de la vida dan una idea más sobre la dimensión social de la con­ducta. El que los japoneses saluden al vecino con una inclinación de cabeza mientras los europeos estrechemos la mano, muestra cómo el saludo no tiene una única forma de expresión, ni está en la mano de cada uno elegir la mejor forma de dar la bienvenida al recién llegado. No es que siempre y to­dos debamos hacer lo mismo, pero uno tiene que ser cuidadoso no sea que, por original, consiga desconcertar al visitante. Para evitar confusiones, hay que atenerse a conductas más o menos aceptadas, convencionales, que los demás puedan reconocer. También en esto los demás son importantes en el modo en que organizamos nuestra conducta.

La cuestión de la influencia social sobre el comportamiento se hace algo más inquietante cuando notamos que esa influencia muchas veces es inconsciente. La mayoría de nuestras acciones no van precedidas de un largo proceso de reflexión ni de una deliberación racional. O, al menos, no re­flexionamos sobre todos los aspectos del asunto que tenemos delante. Es más, damos muchas cosas por supuestas. Esas que, si alguien nos pregun­tara, le miraríamos con cara rara y le espetaríamos algo parecido a "¡que no te enteras...!" o "tú...¿en qué mundo vives?". Esta última respuesta tiene más enjundia de lo que parece. En realidad, nadie vive una vida individual. Todos vivimos en un mundo social, del cual formamos parte y fuera del cual nuestra existencia se complicaría muchísimo. Ese "mundo" que vivi­mos incluye "lo que todo el mundo sabe", "lo que todo el mundo hace", "lo normal", la "gente" (o sea, la gente que conocemos). Ese "mundo social" puede ser más o menos simple o complejo, reducido o amplio, favorable u hostil. Pero lo que está claro es que nuestra vida se desarrolla en un "mundo" al que pertenecemos y al que sólo en cierta medida podemos con­trolar. Es más, es él el que la mayoría de las veces explica por qué hacemos lo que hacemos. Este "mundo" es la dimensión social de nuestra vida.

Es casi señalar una evidencia decir que los diferentes contextos socia­les e históricos explican diferentes hechos sociales. El sentimiento naciona­lista, por ejemplo, está difundido por muchas regiones y países. Sin em­bargo, las consecuencias prácticas de ese sentimiento son muy distintas en la configuración política de los pueblos. Tan nacionalistas son los cantones suizos como los intentos separatistas de las repúblicas ex-soviéticas. En Suiza hoy se vive en paz mientras que en muchas zonas del Este de Europa no se puede decir, desgraciadamente, lo mismo. Y donde no hay conflicto abierto, por lo general hay una atmósfera de situación difícilmente sosteni­ble. ¿Por qué el sentimiento nacionalista da lugar a conductas tan distintas en sitios distintos? Hay montones de razones de tipo histórico, político, cul­tural, etc. que se explican con más o menos rigor desde los periódicos y desde los estudios académicos. Sin duda, uno y otro contexto social son muy dis­tintos porque la génesis y la situación actual de ambos mundos son muy di­ferentes. También la mentalidad de la gente es muy distinta. Pero, ¿por qué ambos contextos, ambas mentalidades son tan distintas? ¿Cómo han llegado a configurarse medios sociales tan diferentes? ¿Cómo influye el pasado y el presente en las acciones y en las decisiones de la gente? ¿Cuáles han sido los factores decisivos en la configuración de esos medios sociales? Responder a estas preguntas no es una tarea sencilla. Precisamente porque hay tantos fac­tores que influyen, porque hay tantos asuntos que tener en cuenta, poner un poco de orden y dar una explicación aceptable resulta un empeño arduo. Especialmente arduo cuando de lo que se trata no es tanto de explicar una si­tuación concreta en un lugar concreto, sino de intentar responder en general a la pregunta que nos venimos planteando: ¿cómo influye el medio social sobre la vida de la gente?

3. Los tres planos de articulación del medio social

La relación del individuo con la sociedad es dialéctica. El individuo puede ser explicado en los parámetros de su medio social, pero el medio social se entiende si se comprende la libertad y lo que hay en la conciencia de los individuos. Pueden distinguirse tres niveles de relación entre el individuo y la colectividad: el plano de las actitudes y las vinculaciones; el plano de las agrupaciones parciales; y el plano de la sociedad global.

En cierto sentido, entender algo exige poner orden en ello. Hasta ahora hemos hablado de modas, pandillas, historia, cultura, costumbres... Y son sólo algunos de los elementos que habría que tener en cuenta al tratar del "medio social". Se suele dividir el medio social en tres planos principa­les: el plano de las actitudes y de las vinculaciones sociales; el plano de las agrupaciones parciales; y el plano de la sociedad global.

Los tres planos se distinguen fundamentalmente por las dimensio­nes de la situación que se considera. El plano de las actitudes y de las vincu­laciones sociales se refiere a las situaciones de interacción entre personas. Corresponde al llamado nivel microsociológico. Son las situaciones de re­ducidas dimensiones, en las que hay pocas personas implicadas, en las que es posible el contacto directo, cara a cara, entre la gente. En este caso, el me­dio social se confunde casi con el carácter de la situación, generado por la ac­ción de los participantes directos. Esa acción puede ser puntual o indefinida en el tiempo. Por ejemplo, el que se incorpora a una conversación entre otros dos o tres. Antes de intervenir, el recién llegado advierte cuál es el clima del diálogo: pueden estar hablando del fallecimiento de un amigo común y entonces el clima es de seriedad; pueden estar contando el último chiste de la calle y, entonces, el clima es más distendido. En la pri­mera situación uno se reservará probablemente para mejor ocasión la broma que traía preparada; en la segunda, tardará poco en contarla. En este nivel, seriedad o guasa son palabras que describen una situación social, un medio social de tipo micro. También las vinculaciones personales configu­ran niveles micro. El propio comportamiento difiere habitualmente cuando el interlocutor es un amigo y cuando es un profesor. El tipo de situación ha­bitual entre policía y delincuente es bien distinta de esa otra situación en la que uno coincide con los vecinos en el ascensor. En este caso, las actitudes vienen configuradas en gran medida, además de por el carácter de cada cual, por las mutuas vinculaciones entre los protagonistas.

El plano de las agrupaciones parciales se refiere a situaciones de di­mensiones intermedias. Las situaciones están configuradas ahora por el grupo en que se desarrolla la acción. Así, el clima de una reunión familiar, de una asamblea sindical, de un partido político o de un estadio de fútbol viene determinado por el tipo de grupo protagonista de la situación. Estamos ahora en el nivel meso-sociológico. Evidentemente, todos esos con­textos, todos esos "medios sociales" son distintos entre sí. Hay contextos más organizados y contextos más informales. Cada uno determina el comporta­miento de la gente en su entorno: nadie formula una petición de la misma manera en el seno de su familia que en la empresa o en la asociación de ve­cinos. Cada ambiente exige una conducta apropiada. Es más, ni siquiera se nos ocurre que uno se pueda confundir en esto. Sencillamente, no te sale. Lo que te sale es comportarte según el ambiente en el que te mueves, porque cada uno de esos ambientes son parte de uno mismo, pues uno mismo es, a su vez, parte de esos ambientes.

El plano macrosociológico de las sociedades globales apunta a la cul­tura o civilización en la que la gente y los grupos sociales se sitúan. Cada cul­tura tiene sus formas propias y sólo desde ellas se pueden entender multi­tud de aspectos de la vida de las personas: desde las exigencias de la amistad a las de la gastronomía, pasando por la organización del trabajo y la propie­dad, etc., la cultura explica por qué determinadas cosas se hacen así y no de otra manera. Pero no es sólo cuestión de acciones. También explica porqué la gente piensa así, siente así y habla así. Puestos a casarse, por ejemplo, la sucesión de cosas que hay que hacer para conseguirlo son bastante distintas para un japonés que para un esquimal, aunque ambos estén haciendo fun­damentalmente lo mismo. En este plano del medio social quizá es todavía más verdadero lo dicho para el plano anterior: formamos parte del medio, a la vez, y precisamente porque, el medio forma parte de nosotros.

Cada cultura configura un medio social diferenciador con respecto a otras culturas. Y así entendemos por qué la situación social de las mujeres en Irán difiere tanto de la situación de las de París, y ambas sociedades pare­cen conformes con ello. La cultura, la civilización a la que uno pertenece configura muchos aspectos de la vida individual y colectiva.

Hasta aquí hemos hecho hincapié en la influencia del medio social sobre el individuo y su comportamiento. El medio condiciona a las perso­nas, tanto en el nivel de la interacción como en el del grupo y en el de la so­ciedad global. En estos tres niveles encontramos buenas razones para expli­car por qué ocurren este tipo de cosas y no otras, por qué nosotros mismos obramos de una determinada manera y no de otra. Pero con esto, lógica­mente, no está dicho todo. La relación entre individuo y medio social no termina en el condicionamiento descrito. ¿Cómo surge el medio social? ¿Es inmutable? ¿Cabe cambiarlo? La experiencia nos dice que el medio social cambia y, a veces, incluso demasiado deprisa. No es sólo la volubilidad de las modas, es que asistimos a verdaderas revoluciones en los valores, en los códigos penales, en los regímenes políticos, en las ideologías dominantes. ¿Pueden las personas individuales influir sobre su propio medio social hasta transformarlo de esa manera?

En el caso del contexto interactivo, la cosa parece bastante clara. Una conversación cambia de tono con un hábil quiebro de uno de los dialogan­tes. El reo absuelto cambia su posición con la declaración del juez. El perdón convierte el miedo en confianza. La decisión individual cambia el contexto de acción. En el plano de los grupos y organizaciones, la influencia indivi­dual sobre el contexto parece más difícil. Sin embargo, las personas con sufi­ciente poder pueden cambiar costumbres, introducir leyes nuevas, proponer al conjunto líneas de acción novedosas. Un sector de un partido político puede incidir sobre el estilo de organización del conjunto. La acción colec­tiva modifica con frecuencia las bases del grupo. Por el contrario, respecto a una cultura o una civilización entera, parece que la acción de los individuos es irrelevante. ¿Cómo puede cambiar una persona o un grupo de personas costumbres tan arraigadas y duraderas? Y, sin embargo, hasta las culturas cambian. Los valores, las leyes, los usos, etc., cambian efectivamente, y el in­dividuo de a pie algo tiene que ver en esos cambios. El medio social condi­ciona a los individuos. Pero, en mayor o menor medida, la acción indivi­dual también ejerce su influencia sobre el medio social. Se establece así un círculo de influencias mutuas entre agente y medio social. No es un círculo vicioso sino más bien una retroalimentación, una mutua influencia dialéc­tica. Dialéctica quiere decir aquí que para entender al individuo es preciso atender al medio social en el que vive. Pero para entender el medio social, es también preciso tener en cuenta la individualidad, la libertad de cada uno de los que componen esa sociedad. Individuo y sociedad son realidades que remiten esencialmente la una a la otra y, por ello, no se pueden comprender aisladamente sin referencia a la otra.

4. Cada uno es resultado de muchos: el proceso de socialización

La cultura no es como un traje que viste a la persona, o un instrumento del que se sirve el individuo o una base de datos del que recoge información. Cada persona es el resultado de un proceso cultural; porque ser persona es aprender a ser persona. A este proceso se le llama proceso de socialización. La cultura se transmite principalmente a través de este proceso, y secundariamente a través de los libros y las instituciones.

La manera en que las personas adquieren su cultura es lo que se suele llamar el proceso de socialización. Para evitar equívocos y para señalar la importancia de este asunto, es preciso señalar una idea que no es una mera precisión lingüística. No se trata únicamente de que las personas se hagan competentes en un ámbito cultural a través de un proceso de apren­dizaje. Es que, a través de ese proceso es como cada uno llega a ser persona. Por eso, la socialización se podría llamar también "personalización". Es un error muy típico de la mentalidad individualista en la que vivimos, pensar que la persona es un agente autónomo que puede ir añadiendo después a su bagaje individual contenidos culturales, como uno puede ponerse un traje. Pero la cosa no es así. Uno sólo llega ser persona en sociedad, porque es a través de la vida social como se llega ser persona. Por eso, la socialización, la inculturación, no es un añadido a la condición originaria del individuo. Es, por el contrario, parte esencial de su misma condición originaria.

Una manera de explicar esto es atender a la diferencia entre "tener" y "ser". La socialización es el proceso por el que una persona configura su manera de ser. El aprendizaje, el conocimiento, es una forma de tener, aun­que inmaterial. Aprender una cultura es una forma de tener un lenguaje a tu disposición o unos conocimientos útiles para la vida. Pero no es sólo eso. Es también el medio por el que se llega a ser miembro de una sociedad. La cultura no es algo meramente externo al sujeto, como un recurso a la mano, sino que más bien configura la propia personalidad. Un ejemplo de esta di­ferencia: un profesor de historia de las religiones puede llegar a tener un co­nocimiento exhaustivo de los principios y preceptos del budismo aunque él personalmente sea cristiano. Un monje del Tibet, en cambio, es budista por­que ha adquirido esa forma de entender el mundo y la moral como propia. No solamente tenemos cultura, sino que además, nuestra forma de ser re­sulta de la apropiación de una cultura.

La socialización es la experiencia social, tan larga como la vida, me­diante la cual las personas desarrollan su potencial humano y aprenden los patrones de su propia cultura. Esta experiencia social es el fundamento de su personalidad, esto es, el modo en que cada individuo desarrolla su pensa­miento, sus sentimientos y su conducta. Es un proceso complejo y perma­nente, porque las fuentes de aprendizaje son múltiples y porque todas las si­tuaciones de la vida llevan consigo una cierta carga socializadora.

Desde el punto de vista de la sociedad como conjunto, el proceso de socialización es el cauce por el cual la sociedad transmite la cultura de una generación a otra. No es que la sociedad produzca ilimitadamente indivi­duos idénticos a base de trasmitirles idénticos valores y normas culturales. La cultura es algo relativamente permanente, pero la homogeneidad de su trasmisión se contrapesa con la singularidad de su recepción. Así, todos y cada uno somos en cierto sentido iguales, en tanto que compartimos una misma cultura; y todos y cada uno somos, en cierto sentido diferentes, en tanto que vivimos personalmente el legado cultural que hemos recibido.

Lógicamente, el proceso de socialización tiene diversas etapas. Tantas como la vida de una persona y cada una de ellas con sus propias ca­racterísticas. Especialmente relevante es la llamada socialización primaria, que corresponde a los años de la infancia, y de la que ya se ha hablado en temas anteriores. También es importante un proceso que forma parte de la socialización y que se suele denominar el proceso de formación de la identi­dad social.

5. La construcción de la identidad social

La identidad personal de cada uno surge en la interacción social. Yo me conozco en la medida en que los demás me conocen y en la medida que me reconozco en esa imagen que la interacción con los demás ha provocado.

Charles H. Cooley y George H. Mead explicaron el desarrollo de la personalidad y la formación de la identidad social. Según estos autores, la personalidad se compone de dos dimensiones: el "yo" y el "mí". El "yo" es la fuente de las necesidades y deseos espontáneos; es el origen de las respuestas espontáneas de la persona hacia los otros y hacia la sociedad en general. El "mí" (o "self") es la imagen que cada uno tiene de sí mismo y que se genera en la interacción con los demás. El "self" emerge únicamente de la experien­cia social, no es heredado biológicamente ni existe cuando nacemos. El "self" se compone de tres elementos:

a) mi impresión de lo que los demás ven en mí ("creo que la gente reacciona ante mi forma de hablar", o "ante mi forma de vestir")'

b) mi idea de la reacción ajena ante lo que ven ("pienso que les gusta: sí, debo ser gracioso", o "sí, debo ser elegante");

c) mi respuesta a la reacción ajena tal y como yo la percibo ("sí, puesto que soy gracioso, seguiré contando chistes y diciendo ocurrencias de ahora en adelante", o "porque soy elegante, aconsejaré a otros sobre su forma de vestir").

El "self" es la base de nuestra personalidad; es la manera en que nos conocemos a nosotros mismos: cómo somos, qué cualidades y defectos te­nemos; y, por eso mismo, a qué metas podemos aspirar y a cuáles debemos renunciar. La propia personalidad social se forja mediante las respuestas que damos a la conducta de los demás hacia nosotros mismos. Evidentemente, uno responde ante los "otros significativos", es decir, aquellos otros que a uno le importan, y le dará igual lo que piensen o digan otras personas no-significativas para mí. El otro significativo es el patrón según el cual reac­cionamos y nos formamos nuestra imagen, desde la que también actuamos para la sociedad en general. "¿Quién soy yo?" es algo que aprendemos a res­ponder a través de nuestra interacción con los demás y no es algo que surja de la mera reflexión o introspección psicológica.

6. Lo natural y lo artificial en la sociedad

El hombre es social por naturaleza, no podría ser hombre sin la incardinación en una comunidad cultural; ni siquiera su identidad personal podría definirse; su misma felicidad está cifrada en la sociedad en que vive. Pero existen muchos tipos de sociedades, y en ocasiones los valores que estas defiende son contradictorios entre sí. ¿Hay algunas de esas culturas que sea natural? ¿O son todas igualmente artificiales y, por tanto, igualmente valiosas?

Hemos visto ya cómo lo natural para el hombre es heredar, inventar o construir soluciones "artificiales" para solucionar los problemas de la vida. "Artificial" aquí significa lo que es hecho o construido gracias a la li­bertad y a la inteligencia humana. Hemos visto también cómo la capacidad humana de configurar libremente su existencia y la de sus semejantes, no se refiere únicamente a su conducta ocasional sino también a su entera biogra­fía. Se puede decir así que la vida humana es una existencia "artificial" en el sentido de que construir la propia vida es un arte, una tarea, que hay que llevar a cabo personalmente.

Por otra parte, se puede decir que la sociedad es algo natural para el hombre por cuanto una persona sólo puede llevar a cabo la tarea de la pro­pia existencia a través de la vida social. Este es el sentido en el que Aristóteles decía que la polis es una realidad natural, o que el hombre es so­cial por naturaleza: el ser humano sólo puede alcanzar su plenitud en socie­dad, en la polis. Para los hombres vivir en sociedad es lo natural porque es en la sociedad donde aprendemos la cultura, es decir, los criterios de orien­tación de nuestra vida respecto de lo que es verdadero, de lo que debemos hacer y del estilo según el cual conviene hacerlo. También porque es en so­ciedad donde se configura inicialmente nuestra propia identidad. Y también porque sólo en sociedad puede cada hombre desarrollar sus capacidades e ideales de vida, sólo en sociedad puede el ser humano llegar a ser feliz, que es la meta a la que, según el mismo Aristóteles, todo ser humano aspira por naturaleza.

Así pues, la sociabilidad natural del ser humano (es decir, que el ser humano es social por naturaleza), se explica tanto por su principio como por su fin. Desde la perspectiva del principio, se ve que el hombre desde nace y hasta una edad relativamente avanzada, es un ser indigente e inadaptado, incapaz de sobrevivir sin la ayuda de los demás. Además, el hombre está do­tado de lenguaje cuyo sentido consiste en comunicarse con otros y que re­sulta el medio para establecer los vínculos de cooperación necesarios para desarrollar su existencia. En cuanto al fin, la sociedad es al ámbito en el que se puede realizar la existencia humana en plenitud. Aristóteles condensó ambas perspectivas en su famosa afirmación sobre el carácter natural de la sociedad humana: "La sociedad surgió por causa de las necesidades de la vida pero existe ahora para vivir bien".

La manera en que cada sociedad se organiza es sumamente variable de acuerdo con su entorno físico, su historia y sus propias tradiciones, sus valores dominantes, sus leyes y costumbres, etc. El estado actual de cada so­ciedad es el resultado de la acción libre de los hombres que la han com­puesto a lo largo de los siglos. Eso hace que las diversas sociedades no sean iguales entre sí. Casi todas las sociedades tienen una organización política y económica, tienen alguna forma de familia, de arte, de honrar a los difun­tos, etc. ¿Son todas esas formas igual de "naturales"? ¿Son igual de válidas todas las formas culturales, es decir todos los tipos de familia, de organiza­ción económica, política, etc? Ya dijimos algo sobre esto al tratar el tema del etnocentrismo y el relativismo cultural. Ahora, conviene considerar lo que podríamos llamar los límites de la cultura.

7. Los límites de la cultura

La cuestión sobre si hay formas mejores o peores de realización humana entre las culturas solo puede responderse estableciendo unos límites. Podrían llamarse "límites de lo humanamente posible", fuera de los cuales una civilización está abocada al fracaso.

La formas culturales en que se organiza la sociedad a sí misma son tan variables como la libertad humana. Evidentemente, hay algunas mejo­res que otras. Cuáles son aceptables y cuáles no lo son es algo que estudia a fondo la ética. Aquí sólo nos referiremos a una cuestión básica. Las socieda­des pueden configurarse de muy diversos modos, pero es claro que algunos de estos modos ayudan a su desarrollo mientras que otros lo entorpecen, y aún hay otros, que sencillamente no son posibles.

Por una parte, están los límites psico-biológicos del ser humano. Hay muy distintas gastronomías en las diferentes sociedades, pero ninguna de ellas puede incluir el azufre líquido como ingrediente básico, por la sencilla razón de que si hubiera habido alguna sociedad que lo hubiera elegido, no quedaría ninguno de sus miembros para contarlo. Del mismo modo se puede intentar organi­zar el trabajo según una burocracia que funcione de manera estrictamente formal, impersonal y según reglas objetivas. Pero la experiencia nos dice que en toda burocracia surgen formas de autoridad informal, camarillas perso­nales e interpretaciones subjetivas de las reglamentaciones. ¡Pocas cosas hay tan arbitrarias como las reacciones de una organización burocráctica!

Por otra parte, están los límites que impone la pervivencia misma del grupo social. Si las sociedades han de perdurar, no se puede admitir como valores o normas sociales aceptables conductas tales como el asesi­nato, el robo o el incendio provocado. Si esas conductas fueran normales, sería imposible establecer las relaciones de cooperación que exige la vida so­cial. Algunos autores, como Antonio Gramsci, señalaron que la cultura es utilizada por las clases dominantes de una sociedad para promover una vi­sión del mundo que sirve a sus propios intereses y empuja a las clases su­bordinadas a aceptar valores y creencias que justifican la desigual distribu­ción del poder y la riqueza en la sociedad. Para Foucault, el conocimiento científico no sería sino el instrumento principal en el ejercicio del poder de un grupo sobre los demás. Para estos autores, los límites a la evolución de la cultura serían los límites de la capacidad de poder de los grupos dominantes. En algún sentido estos autores tienen razón, como se puede ver en la adop­ción del control de la natalidad en tantos países en vías de desarrollo. En la medida en que esta mentalidad antinatalista es promovida desde Occidente como condición para las ayudas económicas, los países ricos imponen, gra­cias a su poder, formas culturales ajenas a la tradición de otras culturas. Evidentemente, porque a los países ricos les interesa que esos otros países no crezcan demasiado, no vayan a convertirse en poderosos competidores. Muchas regiones del tercer mundo están casi deshabitadas y carecen de mano de obra para explotar sus recursos y para constituir mercados internos que hagan posible el desarrollo de la economía. Muchos alimentos en Europa se tiran o se dejan sin recoger. El problema del hambre no es que so­bre gente sino que falta desarrollo económico y social. Y de la mano del de­sarrollo llega también el equilibrio demográfico, como se ha visto ya en Europa. ¿Pero le interesa ese desarrollo a los países occidentales?

En cualquier caso, por mucho poder que un grupo social tenga sigue habiendo formas de desarrollo social que no son viables o sostenibles. Las presiones para alcanzar en la economía moderna un "desarrollo sostenible" hacen precisamente referencia a esto. Un sistema de producción y consumo que agota progresivamente los recursos naturales y sus fuentes de energía, al tiempo que genera basuras y residuos a un ritmo mayor del que se pueden eliminar o reciclar, es un sistema insostenible. Es sólo cuestión de tiempo llegar al punto en el que ya no se podrá seguir produciendo de la misma manera por ausencia de las materias primas y las fuentes de energía necesa­rias. Por eso, ciertas formas de producción están siendo abandonadas y susti­tuidas por otras, más "naturales" o sostenibles.

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