TEMA 6. LA ESTRUCTURA OPERATIVA DEL SER HUMANO II
a) Guión
6. La estructura operativa del ser humano II
1. Lenguaje animal y humano
2. El pensamiento y el lenguaje
3. Naturaleza y alcance del pensamiento humano
4. Autoconciencia e inconsciente. Conciencia vital y conciencia intelectual
b) Desarrollo
c) Textos para comentario
Marx, K., Manuscritos filosófico-económicos
Frege, G., Estudios sobre semántica, Ariel, Barcelona, 1984, pp. 49-56.
Kenny, A., The Metaphysics of Mind, Clarendon Press, Oxford 1989, pp. 6-9.
Tema 6. La estructura operativa del ser humano II
1. Lenguaje animal y lenguaje humano
El lenguaje humano se diferencia totalmente del lenguaje animal. Aunque es verdad que los animales se comunican también es verdad que su lenguaje lo reciben genéticamente: sólo expresa emociones. El lenguaje humano puede expresar además cómo es el mundo. Su significación no está vinculada con la expresión emotiva. El lenguaje humano es convencional: se basa en una serie de símbolos que significan las cosas de manera arbitraria; y tiene unas reglas de utilización que también son arbitrarias. Estas reglas son imprescindibles para que las palabras tengan sentido. Pero hay que aprenderlas porque no las tenemos en nuestra dotación genética.
Hay entre algunos animales un cierto tipo de lenguaje, pues hay entre ellos una cierta comunicación. Expresan sus emociones de una manera que los demás pueden comprender, algunos viven constituyendo sociedades y, en algunos casos, se ha probado que se transmiten mensajes. Hay, por tanto, una comunicación natural entre animales. Partiendo de la existencia de ese lenguaje animal, que suele llamarse icónico, algunos han mantenido tanto que no hay diferencia esencial entre el lenguaje animal y el humano, denominado "dígito", como que el segundo podía explicarse a partir de una evolución del primero.
Sin embargo, el lingüista Sapir definió el lenguaje como "un método exclusivamente humano y no instintivo de comunicar ideas, emociones y deseos por medio de un sistema de símbolos producidos de manera deliberada". En su definición se subrayan las diferencias que hacen al lenguaje dígito humano irreductible al lenguaje icónico animal. Puesto que son esencialmente distintos, el segundo no puede proceder por evolución del primero, como también prueba el hecho de que el lenguaje icónico animal ha evolucionado en el hombre dando lugar a un tipo de lenguaje que, por específicamente humano que sea, no es sin embargo dígito. El lenguaje animal evoluciona en el hombre hasta constituir todo el ámbito de la expresión natural de sus emociones desde los aullidos de dolor, a los suspiros o a los gritos de cólera. Podemos llamar a alguien pegándole un grito. Pero, por importante que sean tales expresiones de las emociones en el lenguaje humano y por relevantes que resulten a la hora de explicar cómo un niño aprende su lengua materna concreta, ésta el inglés, el francés o el boroboro es irreductible a las primeras. El ser humano puede usar un lenguaje articulado que es esencialmente distinto del lenguaje icónico humano.
Sapir señala bien algunas diferencias entre el lenguaje animal y el humano. En primer lugar, el animal es instintivo y el articulado humano no. Como el lenguaje animal es instintivo, se transmite biológicamente, de la misma manera en que lo hacen las expresiones naturales humanas de las emociones. Todos, con independencia de qué lengua hablemos, gritamos más o menos igual. Quizá apoyándonos sobre la vocal "a", pero no porque tenga un significado especial sino por sus características físicas: es la vocal más abierta. De la misma manera todos los niños emiten parecidos ruidillos guturales de satisfacción. Pero, por el contrario, las lenguas en que hablamos articuladamente ni son instintivas ni se transmiten biológicamente. Son signos convencionales y se aprenden culturalmente.
En segundo lugar, el lenguaje animal es icónico, de "icono", porque funciona mediante la emisión de un sonido que es señal de una emoción; puede entenderse así como una reacción ante una sensación. Si se experimenta un fuerte dolor, se grita; el aullido pertenece a la conducta típica del dolor y actúa como su expresión natural. Por eso, un grito funciona como señal unívoca de que duele. En el lenguaje icónico, la relación entre el mensaje y la señal es relativamente simple y directa: cada signo significa siempre un solo y el mismo mensaje. Los perros ladran siempre de la misma manera cuando tienen hambre, y los gatos ronrronean siempre igual cuando están a gusto. El lenguaje animal es la respuesta refleja e inmediata a una sensación que está relacionada con la vida biológica del animal: con su conservación mediante el alimento y la huída del peligro o con la procreación.
Por contra, el lenguaje humano es dígito y articulado: los mensajes se construyen a partir de diversos elementos distintos entre sí, siendo las relaciones entre signos y significados totalmente arbitraria. Las cualidades físicas de los signos son totalmente irrelevantes para los mensajes. Además, la comunicación se basa prioritariamente en signos que hacen referencia a objetos o propiedades del entorno: no expresan nuestras reacciones subjetivas sino que pueden describir características del mundo. El hecho mismo de que cualquier persona pueda decir una determinada frase con una amplia variedad de entonaciones indicadoras de un rico abanico de estados afectivos sorpresa, incredulidad, ira, alegría, etc. prueba que el sentido de la proposición (lo que se dice) es diferente del tono afectivo con que pueda decirse. El tono que expresa las emociones pertenece más bien al lenguaje icónico mientras que las proposiciones que articula son lenguaje dígito. Por eso, cuando un ruso grita enfadado captamos su enfado, aunque no entendamos lo que dice.
En tercer lugar, el lenguaje humano se caracteriza frente al animal por la posibilidad de emitir y de comprender siempre mensajes nuevos que nunca antes se habían usado. El lenguaje permite la creación incesante de nuevos mensajes que pueden ser comprendidos: es intrínsecamente inteligible. Podemos formar con palabras viejas frases nuevas que los demás pueden entender. Lo que decimos, las frases y los discursos, son comprensibles de suyo; tienen su propia lógica. No actúan como señales de ideas en la cabeza de alguien, ni como meras huellas de procesos psicológicos. Las proposiciones son lo que entendemos.
Comprendemos los discursos y los textos. Comprender una frase que alguien ha dicho o escrito no es revivir lo que se le pasó por la cabeza mientras la decía sino captar su significado o sentido. Quien la dijo o escribió puede haber muerto hace miles de años. Quizá un ejemplo ayude a entender qué significa que el lenguaje humano es intrínsecamente inteligible, que contiene en sí mismo lo que hay que entender. Cuando el egiptólogo Champollion consiguió descifrar el lenguaje jeroglífico mediante el análisis del texto trilingüe de la piedra Rosetta logró captar un sentido que el jeroglífico poseía intrínsecamente. No tenía acceso a la cabeza de ningún egipcio. Hacía siglos que nadie comprendía la escritura jeroglífica. Pero su sentido estaba ahí para que alguien pudiera llegar a comprenderlo. Como está ahí el sentido de un mensaje cifrado para que lo descifre los sistemas del servicio enemigo de contraespionaje.
Cabe distinguir tres dimensiones en el lenguaje: la sintáctica o gramatical, que consiste en las relaciones que mantienen entre sí los signos lingüísticos; la semántica o significativa, que es la relación que existe entre los elementos y las realidades o propiedades del mundo a que refieren; y la pragmática, constituida por las relaciones que mantienen entre sí y con el lenguaje sus usuarios. Lo que hace quien habla al hablar: prometer, persuadir, consolar, etc.
2. El pensamiento y el lenguaje
El lenguaje no es la forma externa del pensamiento ni la traducción para otros de un idioma privado. El lenguaje es el lugar donde ocurre el pensamiento. Pensar no es una actividad extraña e íntima que después, con suma dificultad, tramos de poner en palabras. Pensar es poder hablar.
Como es comprensible de suyo, puesto que es lo que entendemos, el lenguaje no es un mero ropaje del pensamiento, una señal del pensamiento o un mero código externo de significaciones. El pensamiento no es una corriente mental, una sucesión de imágenes o representaciones que sólo en un segundo momento se expresan exteriormente por medio de un código lingüístico; y el significado de las palabras no queda determinado por las ideas o las imágenes mentales privadas del hablante. Sean lo que sean, los conceptos no son representaciones o copias mentales de las cosas.
El lenguaje no es un ropaje externo del pensamiento, al menos por dos razones. En primer lugar, hay muchas realidades que deben su existencia al lenguaje. Sólo el lenguaje hace posible realidades como la fama, las calumnias, las promesas, las tarjetas de crédito o los presupuestos generales del estado. El lenguaje crea significados y configura el mundo en que vivimos, el escenario en que se desenvuelve la existencia humana. El lingüista Coseriu lo resumió claramente: "la creación de significados es conocimiento y el unirlos a tales y cuales significantes, es decir, el transformarlos en contenidos de 'signos' es un modo de fijarlos y hacerlos objetivos; por consiguiente, puede decirse que el lenguaje es, en un solo acto, conocimiento y forma de objetivación y fijación del conocimiento mismo".
En segundo lugar, creer que el lenguaje es un mero código externo de un pensamiento que ya se ha forjado "interiormente" no sólo es malcomprender el lenguaje: es sobre todo no entender qué es el pensamiento. Porque el pensamiento no es una sucesión de imágenes mentales de las cosas. Claro que a veces en nuestra cabeza se suceden imágenes mentales para eso tenemos imaginación y claro que a veces una palabra evoca una imagen. Pero, por mucho que las palabras evoquen imágenes, su significado no son las imágenes que evoca. Comprender una proposición como "el tren llegará a las cinco" no es evocar una imagen de un tren con un reloj marcando las cinco. Comprender "el tren llegará a las cinco" es comprender que el tren llegará a las cinco, se imagine uno lo que se imagine.
Tampoco el pensamiento es un hablarse a sí mismo, un hablar privado o interiorizado. Lo hacemos con mucha frecuencia, pero vuelve a ser una tarea de la imaginación. Imaginarse el sonido de las palabras que pronunciaríamos es mucho más descansado y discreto que hablar en alto a solas. Pero el pensamiento no tiene nada que ver con eso. Tiene que ver con nuestra capacidad de comprender el lenguaje. Y da exactamente igual que las palabras que forman las proposiciones sean imaginadas o dichas en voz alta. En los dos casos, nuestra capacidad de comprender el lenguaje implica el pensamiento. Pensar es comprender y fabricar significados.
Tampoco puede verse el lenguaje como un molde extrínseco del pensamiento. Como si fuera algo que le da forma y lo configura desde fuera, que lo determina extrínsecamente y lo violenta. Como si fuera una prisión de la que librarse. Porque el lenguaje no pone de ninguna manera rejas a una presunta libertad del pensamiento, ni lo predetermina encerrándolo entre unos muros lingüísticos. Pensar es forjar y entender significados contenidos en el lenguaje. Aprendemos a pensar cuando aprendemos a hablar, aunque podamos siempre seguir mejorando nuestras capacidades lingüísticas. Precisamente porque el lenguaje es intrínsecamente inteligible y resulta comprensible de suyo, lenguaje y pensamiento no son dos realidades distintas de las que la primera pudiera aprisionar a la segunda. Por eso, la hipótesis del determinismo lingüístico tan popular hace unos años no tiene un sentido claro.
El lenguaje ni se limita a expresar ni determina desde fuera el pensamiento: lo contiene. El lenguaje es el vehículo del pensamiento. Pero aquí, las palabras "contener" y "vehículo" no deben entenderse espacialmente. El lenguaje no contiene el pensamiento como la fruta el hueso, o el paquete de tabaco los cigarrillos. La relación entre pensamiento y lenguaje es intrínseca y no extrínseca. Si yo digo "pienso que el tren llegará a las cinco", "el tren llegará a las cinco" no sólo expresa, sino que contiene lo que pienso. No es que yo tenga en la cabeza la imagen de un tren llegando superpuesta a la de un reloj, y que unas palabras se unan a la imagen como su traducción exterior. Tener o no esa imagen es irrelevante para el sentido de las palabras, como es irrelevante que se formule interior o exteriormente el enunciado. En cualquier caso, lo que yo pienso es que "el tren llegará tarde". La proposición entrecomillada contiene mi pensamiento.
Ni el pensar es una misteriosa actividad privada paralela al decir ni el lenguaje es una mera traducción pública de un pensamiento privado: el lenguaje contiene o vehicula el pensamiento. En la medida en que el lenguaje es intrínsecamente inteligible, la mejor manera de preguntar por qué es pensar es plantear qué significa comprender una lengua. Aunque el problema se formula habitualmente respecto de una lengua extranjera se comprende un idioma extranjero cuando se es capaz de traducirlo a la lengua materna, y se sabe que "dog" en inglés es "perro" en castellano y "I am hungry" es "yo tengo hambre", la cuestión que ahora interesa es qué significa comprender el propio idioma materno. ¿Qué significa que yo comprendo "perro" o "yo tengo hambre"?
Una solución falsa estriba en pensar que se comprende el idioma materno al asociar las palabras a los conceptos, porque en esta visión, los conceptos no pueden ser sino representaciones, imágenes o copias mentales de las cosas. Pero ninguna imagen determina el significado de una palabra o de una proposición. Entre otras razones porque para comprender una palabra o una proposición hay que saber cómo se usa, y ninguna imagen determina el uso de una expresión lingüística. Sólo cabe describir qué significa comprender una palabra de la lengua materna y, en consecuencia, poseer un concepto en términos de habilidad para usarla: comprender una palabra es saber qué significa, y saber qué significa es saber usarla.
Esto implica que la pregunta de si es necesaria una comprensión de los conceptos previa a su utilización en el lenguaje está mal planteada precisamente porque comprender una palabra es saber usarla correctamente. La descripción de la comprensión de los conceptos es la descripción de la práctica de hablar un idioma. Así, como dice Wittgenstein, entender un idioma es dominar una técnica.
Las técnicas lingüísticas se diferencian de otras en que son altamente conscientes. "Saber nadar" significa exclusivamente poder nadar, no tiene por qué haber ninguna especial conciencia de lo que uno está haciendo cuando está nadando o cuando está caminando. Pero, por el contrario, en el lenguaje, en la capacidad o habilidad de saber hablar, sí está presente ese elemento cognosctivo. No sabe hablar quien no sabe qué está diciendo. Pensar no es una actividad paralela al decir, un misterioso proceso mental, pero tampoco es algo que podamos quitar de enmedio. Si nos limitamos a repetir una frase en chino que hemos oído, sin tener ni idea de qué estamos diciendo, no sabemos hablar chino, por mucho que alguien desde fuera pudiera creer que lo estamos haciendo. Por correctas que sean nuestras frases no sabemos chino, porque no comprendemos ni lo que decimos ni lo que nos dicen. Y eso es exactamente pensar: comprender un lenguaje. Hablar es la actividad racional por excelencia.
3. Naturaleza y alcance del pensamiento humano
El carácter convencional del lenguaje tiene que ver con la capacidad del hombre de referirse a las propiedades de las cosas en referencia a ellas mismas. El hombre puede abrirse al mundo tal como es, mientras que el animal se refiere al mundo con respecto a su estado particular. A esa capacidad la llamamos inteligencia o intelecto.
Tras haber mantenido que el lenguaje es intrínsecamente inteligible y que nuestra capacidad intelectual puede definirse como la capacidad específicamente humana de comprender un lenguaje, puede plantearse mejor qué es exactamente esa capacidad intelectual, cuál es su alcance, y por qué es específicamente humana. O sea, cabe considerar qué diferencias esenciales hay entre la inteligencia humana y la imaginación animal, que nosotros también usamos.
A diferencia de la imaginación o de la estimativa animal que capta sólo aquellas propiedades del entorno que son relevantes para el organismo biológico que es el animal, el intelecto puede conocerlo todo, también lo que no es relevante para la propia supervivencia. Mediante el intelecto el hombre es capaz de captar lo que las cosas son en sí y no sólo para mí. Mientras que a través de la estimativa o el hombre a través de la cogitativa un animal capta el significado que lo real tiene para él, el intelecto capta lo real en sí. Para la estimativa, el agua es potable; para el intelecto H20. Que el agua sea potable depende de la situación orgánica del animal o del hombre y, por tanto, el agua es potable para mí en cuanto que sediento, pero que el agua sea H20 no depende de mi situación orgánica. El agua es H20 en sí. Por tanto, el hombre puede conocer de alguna manera lo real en sí, o lo que lo real es de suyo. Por eso, suele decirse que el objeto del intelecto es lo real en tanto que real.
Como el alcance del intelecto humano es lo real en tanto que real, suele decirse que el hombre está abierto al mundo. El animal sólo capta del ambiente aquello que es relevante para su conducta, de modo que las pautas de la conducta predeterminan de modo más o menos rígido, su conocimiento del medio exterior. Tampoco el animal capta propiamente "cosas" dotadas de cualidades inherentes, porque sólo capta el significado de lo real para él. De este modo, como ha escrito Max Scheler, "para el animal no hay 'objetos'. El animal vive extático en su mundo ambiente, que lleva estructurado consigo mismo a donde vaya, como el caracol su casa. El animal no puede llevar a cabo ese peculiar alejamiento y sustantivación que convierte un 'medio' en 'mundo', ni tampoco la transformación en 'objeto' de los centros de 'resistencia' definidos afectiva e impulsivamente. Yo diría, concluye Scheler, que el animal está esencialmente incrustado y sumido en la realidad vital correspondiente a sus estados orgánicos, sin aprehenderlos nunca 'objetivamente'".
El hombre, por el contrario, no está vinculado a sus impulsos ni al mundo circundante, sino que está abierto al mundo. El hombre tiene mundo y no perimundo. Puede elevar a la dignidad de "objeto" los centros de resistencia de su mundo ambiente y puede determinar su conducta desde el modo de ser de los objetos mismos. El hombre capta lo real en sí, lo otro en su alteridad.
En la medida en que el objeto del intelecto es toda la realidad, el intelecto puede captarse a sí mismo como real, por lo que es reflexivo. En cuanto que el hombre es capaz de objetivar lo real, es un sujeto. Subjetividad y objetividad son correlativas: sólo es sujeto el ser que está abierto al mundo, el que es capaz de objetivar la realidad y de captarse a sí mismo como objeto, de verse a sí mismo desde el mundo. Pero la reflexividad del hombre, su capacidad de objetivarse a sí mismo que le convierte en sujeto, no aparece en el plano teórico sino también en el plano práctico. En el plano teórico, el hombre es sujeto porque es una autoconciencia, porque puede tomarse a sí mismo como objeto de su conocimiento; en el plano práctico, el hombre es sujeto porque es libre, porque puede tomarse a sí mismo como objeto de su conducta. En cuanto que está dado para sí mismo tanto en términos teóricos como prácticos, el hombre puede modelar libremente su vida, diseñarla y proyectarla. Es libre porque es dueño de sí: se tiene a sí mismo en las manos.
Como el intelecto está abierto a todo lo real y es reflexivo, es una facultad espiritual, porque las dos propiedades del espíritu son la universalidad y la reflexividad. Que la capacidad intelectual humana es espíritual no significa que sea un elemento misterioso sino simplemente que no es material u orgánica. El intelecto, a diferencia de la estimativa o de la cogitativa, no es orgánica porque conoce lo que las cosas son al margen de la situación orgánica del sujeto, o sea funciona con independencia del organismo. Mientras que la situación del organismo define el objeto de la estimativa el agua es refrescante porque tengo calor, no define el del intelecto el agua es H2O sea cual sea mi situación.
Aunque sea espiritual, el intelecto no deja de ser una facultad es decir una capacidad operativa no orgánica del hombre, que es un determinado tipo de organismo vivo. Ni el hombre y su intelecto se identifican, ni el hombre es una autoconciencia pura. Lo que limita seriamente la capacidad real de su pensamiento. Por una parte, aunque se abra a él, el intelecto no agota el mundo; no permite un saber absoluto, exhaustivo y definitivo. Por otra, aunque sea reflexivo, el intelecto humano no se agota a sí mismo; no posibilita tampoco una autoconciencia absoluta: sabemos cosas de nosotros mismos, pero hay otras muchas que ignoramos.
4. Autoconciencia e inconsciente. Conciencia vital y conciencia intelectual.
El hombre sabe de sí a través de la autoconciencia vital, es decir, a través de la valoración de las cosas del mundo con respecto a sí mismo. Pero también sabe de sí por la autoconciencia intelectual, por la reflexión sobre sí msimo. Por esta autoconciencia, a diferencia de los animales superiores, el hombre sabe que sabe y se pone como objeto de sí mismo. Por ese este tipo de saber de sí es lo que define mejor el ser hombre.
La estimativa es la autoconciencia animal porque capta el significado que la realidad tiene para el organismo. En la estimativa, al conocer lo que la realidad significa para el animal, el conocimiento de sí que el animal tiene y el conocimiento que tiene del mundo resultan ser el mismo. Pues en el conocimiento de que el agua es potable se funden el conocimiento de una de las propiedades del agua con el de la propia situación la sed.
En el ser humano aparece también este tipo de autoconciencia sensible cuando valora la realidad a través de la cogitativa y se la suele llamar "autoconciencia vital" porque determina lo que el hombre sabe de sí antes de ponerse a reflexionar intelectualmente. Como se da antes de la razón intelectual, la autoconciencia vital no es propiamente irracional, sino más bien prerracional y está en la base de toda autoconciencia posterior. Es ella la que determina realmente nuestro modo de estar en el mundo, la manera en que se nos presentan las cosas, nuestro estado de ánimo y, por tanto, la que rige el desenvolvimiento de nuestra vida.
Como es el modo más básico y fundamental en que sabemos de nosotros mismos, la autoconciencia vital ha sido llamada de diversas maneras por las diferentes escuelas de la psicología que subrayan uno u otro de sus aspectos: "tono vital", "fondo endotímico", "inconsciente", etc. La conciencia vital comprende aquellos aspectos de la vida del hombre que están más estrechamente relacionados con las funciones vegetativas (cuyo objeto específico es la conservación del viviente y el mantenimiento de la especie). Los mecanismos concretos que regulan estos aspectos nos son desconocidos en muchos casos y, por ello, están también fuera del alcance y del radio de acción de la voluntad.
Pero, además de esta conciencia vital, en el hombre se da un fenómeno único, que es la autoconciencia intelectual: el ser humano es el único ser corpóreo que tiene conciencia de que tiene conciencia, que es consciente de que es consciente. Los animales se dan cuenta de las cosas, advierten las propiedades del entorno que les interesan, pero no se dan cuenta de que se dan cuenta. En cambio, el hombre sí: no es sólo una conciencia sino que es una conciencia que es consciente de que es una conciencia. A diferencia de la animal, la consciencia humana es consciente de sí. Mientras la relación de los animales con el mundo es inmediata encajan perfectamente en él la de los hombres es mediata y reflexiva. Los animales están en el mundo incrustándose en él, mientras que los hombres saben que están en el mundo, con lo que su relación con el mundo está mediada por el conocimiento.
Como no son reflexivos, los animales no pueden plantearse dudas sobre su propia conciencia mientras que el hombre se pasa la duda envuelto en ellas. Al ser conscientes de nuestra conciencia podemos advertir sus limitaciones y dudar de lo que parecía claro. Puesto que no sólo sabemos, sino que sabemos que sabemos, podemos poner en tela de juicio nuestro propio saber. Los animales no pueden. Sólo a un ser que es consciente de ser una conciencia se le puede ocurrir que las cosas no sean quizá lo que le parecen, que quizá se equivoque o se engañe. Por eso, la perplejidad y la duda, la puesta en cuestión de sí mismo típica de un ser reflexivo resulta tan característica del ser humano. Comparados con el hombre, los animales están siempre seguros de sí mismos.
La autoconciencia intelectual puede acoger lo que sucede en el nivel de la conciencia sensible: el hombre puede ponerse a reflexionar intelectualmente sobre su propia vida, a analizar y considerar pormenorizadamente cuáles son sus sentimientos y actitudes; cómo reacciona ante los acontecimientos; por qué motivos suele actuar, etc. El ser humano no sólo puede pensar sobre su vida sino que es este momento reflexivo este examinarse a sí misma lo que diferencia la vida humana de la animal. Sólo el hombre puede tomarse a sí mismo como objeto de estudio, y de amor, prometer y hacer planes sobre el futuro, arrepentirse y pedir perdón, revocando de alguna manera el curso de los acontecimientos de su vida pasada. Pero, al reflexionar sobre la vida, lo que el intelecto no puede hacer es intentar sustituirla. No es lo mismo vivir que reflexionar sobre lo vivido, como no es lo mismo enamorarse que escribir un tratado de filosofía sobre la afectividad o pintar un cuadro que estudiar un libro de historia del arte. Primero vivimos, después pensamos e intentamos comprender lo que nos ha pasado y hemos hecho. Por eso, la vida y su autoconciencia tiene una cierta prioridad sobre el intelecto y la suya.
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