sábado, 29 de mayo de 2010
La abolición del hombre (y 27)
¿Sería posible, pues, imaginar una nueva Filosofía Natural siempre consciente de que "el objeto natural", producto del análisis y de la abstracción, no es la realidad sino sólo un punto de vista, y que además esa Filosofía Natural estuviese siempre dispuesta a corregir la limitación creada por la abstracción? Ni yo mismo sé muy bien lo que estoy auspiciando. Se dice que el acercamiento de Goethe hacia la Naturaleza merecería mayor consideración, que incluso el doctor Steiner puede haber captado aspectos que se han escapado a los investigadores ortodoxos. La ciencia regenerada que tengo en mi cabeza no haría las barbaridades que la ciencia moderna amenaza hacer al Hombre, ni siquiera a los minerales o a las plantas. No explicaría nada dándolo por supuesto. Hablando de las partes, no perdería de vista el todo. Estudiando lo Objetivo, no perdería lo que Martín Buber llama lo Subjetivo. La analogía entre el Tao del Hombre y los instintos de una especie animal significaría para ésta una nueva luz proyectada sobre lo desconocido, el instinto, de la realidad íntimamente conocida de la conciencia, y nunca una reducción de la conciencia a la categoría de instinto. Los que cultivasen esa Filosofía Natural renovada no podrían utilizar a su arbitrio las palabras sólo y simplemente. En otros términos: conquistaría la Naturaleza sin ser al mismo tiempo conquistada, y alcanzaría el conocimiento a un precio que no sea la propia vida.
Quizá pido un imposible. Quizá, en la Naturaleza de las coss, la comprensión analítica tiene que ser siempre como un basilisco que mata todo lo que ve y que ve sólo matando. Pero si los mismo científicos son incapaces de poner coto antes de que alcance a la Razón común, y mate también a ésta, entonces algún otro tendrá que detener ese proceso. Lo que más miedo me da es sentirme rebatido con la frase de que no soy otra cosas que "un oscurantista más" y que esta barrera como todas las barreras que se alzaron anteriormente contra el progreso de la ciencia será fácilmente derribada. Tal respuesta brota del fatal "serialismo" (de "seriales" de la imaginación moderna: la imaginación de una infinita progresión unilineal que tanto obsesiona a nuestras mentes. Por el hecho de que debemos usar tanto los números, tendemos a imaginar que todo el proceso es como una serie numérica en el cual cada paso, hasta la eternidad, se asemeja exactamente al precedente. Os ruego que recordéis el irlandés y sus estufas. Hay progresiones en las que el último paso es sui generis, no parangonable a los anteriores y en los cuales llegar hasta el final significa deshacer toda la fatiga del camino ya hecho. Reducir el Tao a un simple producto natural es un paso de este tipo. En ese momento, el tipo de explicación que pierde las cosas explicándolas puede darnos algo, pero a un precio demasiado elevado. En cualquier caso, no se puede continuar constantemente perdiendo las cosas. Se acabaría por descubrir que a fuerza de explicarlo todo se ha perdido la explicación. No se puede estar siempre "viendo a través" para alcanzar qué es lo que hay detrás de cada realidad significativa. Es bueno que la vetana sea transparente, pero esto es así porque la calle o el jardín que están detrás son opacos. Pero ¿qué sucedería si viésemos también a través el jardín? Es inútil tratar de ver detrás de los primeros principios. Si se ve a través de todo, entonces todo es transparente. Pero un mundo completamente transparente es un mundo invisible. "Ver a través de todo" es lo mismo que no ver.
La abolición del hombre (26)
Antes definí como "un pacto con el diablo", es decir brujería, el proceso por el cual el hombre va poniendo en manos de la Naturaleza objeto tras objeto, hasta llegar a sí mismo, a cambio de obtener el poder. Hablaba en serio. El hecho de que el científico lograse el éxito allí donde el brujo fracasó ha hecho que, en la mentalidad popular, aparezca tal diferencia entre la idea del científico y la idea del brujo que se malentiende la verdadera historia del nacimiento de la Ciencia. Es fácil encontrar quien escriba del siglo XVI como si la Magia fuese un residuo superviviente de la época medieval y que, por el contrario, la Ciencia era la novedad que venía a expulsarla. Cualquiera quey haya estudiado esa época está mejor informado. En el medioevo se practicaba poquísima magia. Son los siglos XVI y XVII los que representan el apogeo de la magia. La práctica mágica seria y la práctica científic seria son hermanas gemelas: una nació enferma y murió, la otra fuerte y prosperó. Pero eran gemelas: habían nacido del mismo impulso. Admito que algunos (ciertamente no todos) entre los primeros científicos estaban animados por un puro amor al conocimiento. Pero si consideramos el carácter de la época en su conjunto, podemos advertir con claridad el impulso del que estoy hablando.
Hay algo que unifica la magia con la cienci aplicada y separa ambas de la "sabiduría" de los tiempos antiguos. Para los sabios del pasado la cuestión clave era cómo adecuar el alma a la realidad, y la solución era el conocimiento, la autodisciplina y la virtud. Tanto para la magia como para la ciencia aplicada el problema es cómo someter la realidad a los deseos del Hombre, y la solución está en una técnica. Y las dos, para poner en práctica esa técnica, están dispuestas a hacer cosas que hasta ahora fueron consideradas ingratas e impías, como desenterrar y mutilar cadáveres.
La abolición del hombre (25)
Como Lear, hemos tratado de seguir dos caminos a la vez: renunciar a nuestra prerrogativa humana y, al mismo tiempo, retenerla. Es imposible. O somos espíritus racionales siempre obligados a obedecer los valores absolutos del Tao, o bien somos simple Naturaleza para que hagan con ella lo que quieran los dueños que, por hipótesis, no pueden tener otros motivos que sus impulsos naturales. Únicamente el Tao proporciona una común regla humana de acción que puede acoger en sí misma dirigentes y dirigidos a la vez. Una fe dogmática en valores objetivos es imprescindible absolutamente para la idea incluso de una dirección que no sea tiranía o de una obediencia que no sea esclavitud.
No pienso ahora solamente, ni siquiera principalmente, en aquellos que son nuestros enemigos públicos. El proceso que, si no se controla, abolirá al hombre se abre rápidamente camino entre los comunistas y los demócratas no menos que entre los fascistas. Al inicio puede que los métodos difieran en brutalidad, pero muchos científicos de suave mirada, muchos dramaturgos pupulares, muchos filósofos aficionados entre nosotros equivalen a largo plazo a los legisladores nazis de Alemania. Los valores tradicionales están destinados a ser criticados desenmascadoramente y el género humano está destinado a ser remodelado según la voluntad o, más bien, el capricho de unos pocos afortunados miembros de una generación afortunada que hayan aprendido cómo hacerlo. Nuestro propio lenguaje comienza a estar condicionado por la fe en que puedan inventar "ideologías" a placer y que, en consecuencia se puede tratar el género humano como pura naturaleza, como ejemplares preparados. Hubo un tiempo en que a los hombres malos se les mataba, hoy se liquidan los elementos asociales. La virtud se ha convertido en integración y la diligencia en dinamismo, y los jóvenes capacitados para realizar misiones importantes en la sociedad son "cuadros potenciales". Y, lo más asombroso de tod, las virtudes de la sobriedad y la templanza, e incluso la inteligencia común, son obstáculos para la mente.
El verdadero significado de lo que está sucediendo es ocultado por el uso de la abstracción Hombre. No es que la palabra Hombre sea necesariamente una pura abstracción. En el propio Tao, permaneciendo en su interior, encontramos la realidad concreta participar en lo que significa verdaderamente hombres: manifestar realmente una voluntad común y una común razón de humanidad que son como un árbol vivo que florece y, al cambiar las situaciones, son como nuevas ramas en aplicaciones llenas de hermosura y dignidad. Mientras hablamos desde dentro del Tao, podemos hablar del Hombre que tiene poder sobre sí mismo en un sentido verdaderamente análogo al autocontrol de un individuo. Pero en cuanto nos alejamos y miramos al Tao como un mero producto de la subjetividad, esta posibilidad desaparece. Lo que hoy es común a todos los hombres es una mera abstracción universal, una especie de Máximo común divisor, y la conquista de sí mismo por parte del hombre significa sencillamente el dominio de los condicionadores sobre el material humano condicionado, el mundo de la posthumanidad que es lo que casi todos los hombres de todas las naciones, unos conscientemente y otros inconscientemente, están trabajando para producir.
La abolición del hombre (24)
Las aparentes derrotas de la Naturaleza: retiradas estratégicas
Mi punto de vista quedará más claro si lo presento de otra forma. La palabra Naturaleza tiene varias acepciones que serán mejor comprendidas si consideramos los respectivos contrarios. Lo Natural es contrario de lo Artificial, de lo Civil, de lo Espiritual y de lo Sobrenatural. En este momento lo Artificial no nos interesa. Pero si tomamos la lista de contrarios que queda, pienso que nos será posible hacernos una sumaria idea de lo que los hombres han entendido por Naturaleza y de lo que se le opone. La Naturaleza parece limitarse al concepto de espacial y temporal, distinto de lo que lo es menos o no es en absoluto. Parece ser el mundo de la cantidad: el mundo de lo limitado contra el mundo de la cualidad; el mundo de los objetos contra el de la conciencia; el mundo de lo que no conoce valores contra el que los tiene y a la vez los percibe; el mundo de las causas eficientes (o, en algunos sistemas modernos, de la absoluta carencia de causalidad) contra las causas finales. Mi opinión es que cuando comprendemos una cosa analíticamente y por tanto la dominamos y nos servimos de ella para nuestro interés, la reducimos al nivel de la "Naturaleza" en el sentido de que suspendemos todo juicio de valor sobre ella, ignoramos la causa final (si es que hubiera alguna) y la tratamos en términos de cantidad. Este cerrar los ojos a aspectos de lo que, de otra manera, rachazaríamos con todo nuestro ser, es a veces muy patente, y incluso doloroso: se necesita superar algo antes de lanzarse a cortar en pedazos el cadáver de un hombre o el cuerpo de una animal vivo en la sala de disección. Estos objetos resisten al movimiento del pensamiento por medio del cual los catapultamos al mundo de la simple Naturaleza. Pero también en otros casos se nos pide el mismo precio para lograr nuestro conocimiento analítico y nuestro poder de manipulación. Cuando cortamos los árboles para hacer vigas, no los consideramos ninfas u objetos hermosos: quizá el primer hombre que los cortó debió haber sentido agudamente el precio que pagaba, y los árboles sangrantes de Virgilio y de Spenser quizá eran el eco remoto de un sentimiento primitivo de impiedad. Las estrellas perdieron su divinidad conforme se fue desarrollando la astronomía, y ya no hay sitio para el Dios Moribundo en la agricultura química. Sin duda, para muchos este proceso representa simplemente el descubrimiento gradual de que el mundo real es distinto de lo que pensaban los antiguos, y la vieja oposición a Galileo o a los "desenterradores de cadáveres" es simple oscurantismo. Pero la historia no acaba aquí. No son los grandes científicos modernos los que se sienten seguros de que el objeto, despojado de sus propiedades cualitativas y reducidad a pura cantidad, sea completamente real. Son los científicos menores, los pequeños aficionados que les siguen, los que piensan así. Las grandes mentes saben perfectamente que el objeto, tratado de esa manera, es una abstracción artificial, que una parte de la realidad se ha perdido.
viernes, 28 de mayo de 2010
La abolición del hombre (23)
Aquí no se trata de la influencia corruptora del poder, ni del temor a que por ese camino nusetros condicionadores degeneren. Las mismas palabras corrupto y degenerado implican un juicio de valor y por eso en esete contexto no significan nada. Mi punto de vista es que los que se sitúan fuera de todo juicio de valor no tienen ninguna base sobre la que elaborar una preferencia de uno de sus impulsos frente a otro, salvo la fuerza emotiva del mismo impulso.
Podemos esperar legítimamente que entre los impulsos surgidos en mentes tan vaciadas de todo motivo "razonable" o "espiritual", algunso serán benévolos. Por mi prte, dudo mucho que los impulsos benevolos, despojados de todo preferencia y fortaleza que el Tao nos enseña a darles, y dejados a su fuerza y influencia. Dudo seriamente que la historia nos ofrezca algún ejemplo de un hombre que, habiendo abandonado la moralidad tradicional para hacerse con el poder, se haya servido de él en buena dirección. Me inclino más bien a pensar que los condicionadores odiarán a los condicionados. Por mucho que consideren que la conciencia artificial que producen en sus sujetos es una ilusión, se darán cuenta de cómo esa conciencia o esa ilusión crea en nosotros un sentido de la vida que contrasta aventajándola con la futilidad de la de ellos: y nos envidiarán como los eunucos envidian a los hombres. Pero no quiero insistir sobre este punto porque se trata de una mera conjetura. Lo que no es conjetura es que nuestra esperanza, incluso la esperanza de una felicidad "condicionada" se apoya sobre loq eu ordinariamente se llama "casualidad": la casualidad de que los impulsos benévolos puedan, en conjunto, prevalecer en nuestros condicionadores. En efecto, sin el juicio "la benevolencia del bien" -es decir, sin retornar al Tao- los condicionadores no tienen ningún fundamento para promover o alimentar tales impulsos en vez de otros. Sobre la base de la lógica de su posición no deberán hacer otra cosa que tomar sus impulsos como vengan, al acaso, al azar. Y aquí Acaso significa Naturaleza. Los motivos de los condicionadores brotarán de la herencia, de la digestión, del clima, de las asociaciones de ideas. Su extremo racionalismo "buscando razones escondidas" a través de cada motivo "razonable" los hace criaturas de un comportamiento totalmente irracional. Si no obedecéis al Tao, y no os suicidáis, la única dirección que queda es la de la obediencia al impulso (y por tanto, a largo, a la simple "Naturaleza").
La abolición del hombre (22)
Podrá parecer a alguien que estoy poniendo a mis condicionadores unas dificultades ficticias. Otros, más ingenuos, podrán preguntarse: "¿por qué suponer que son tan malas personas?". Pero yo no estoy suponiendo que sean malos hombres. Más bien habría que decir que no son en absoluto hombres (en el antiguo sentido). Si lo preferís, son hombres que han sacrificado su parte de humanidad tradicional para dedicarse a la tarea de decidir qué sentido atribuir en el futuro a la palabra "Humanidad". "Bueno" o "malo" son palabras sin contenido, cuando se les aplica a ellos. Esto es así porque son ellos los que a partir de ahora dirán cuál es el sentido de esas palabras. Tampoco su dificultad es ficticia. Podríamos suponer que fuese posible decir: "Después de todo, la mayor parte de nosotros desea más o menos las mismas cosas: comer, beber, relaciones sexuales, descanso, arte, ciencia, y la vida más larga posible tanto para el individuo como para la especie". Supongamos que se limiten a decir: "El hecho es que nos gusta esto" y se pongan a condicionar a los hombres en la manera más adecuada para producir lo que desean. "¿Dónde está el mal?". Pero esto no es una respuesta. En primer lugar, es falso que a todos les gustan las mismas cosas. E incluso si así fuera ¿qué motivo habría para forzar a los condicionadores a que ellos renuncien al placer que vivan fatigosamente para que nosotros y la posteridad tengamos lo que nos place? ¿el deber? Pero eso es sólo el Tao, que pueden decidir imponernos, pero que no puede ser válido para ellos. En el caso de que lo acepten, entonces ya no son creadores de conciencia, sino sus servidores y su conquista definitiva sobre la Naturaleza no habrá tenido lugar realmente. ¿La preservación de la especie? ¿Y por qué hay que conservar la especie? Uno de los interrogantes que se encontrarían es si esta referencia a la posteridad (que ellos saben bien cómo se ha originado) debe ser fomentada o no. Por mucho que vuelvan atrás, o se lancen adelante, es imposible que lleguen a algún punto en que detenerse. Cualquier motivo en el cual trataren de buscar apoyo sería inmediatamente una petitio. Una vez que se han alejado del Tao, darían un salto en el vacío. Tampoco se puede decir que sus sujetos sean necesariamente hombres infelices. No serían en absoluto hombres, sino simplemente artefactos. La conquista final del hombre, se revela como la abolición del hombre.
La abolición del hombre (21)
En efecto, como hemos visto el poder del Hombre de hacer de sí mismo lo que quiera significa el poder de algunos hombres de hacer de los demás hombres lo que quieran. Indudablemente la disciplina y la instrucción han intentado en todas las epocas ejercer tal poder. Pero la situación que se vislumbra serían nueva en dos aspectos. En primer lugar el poder habrá crecido enormemente. Hasta hora los planes de los pedagogos han conseguido muy poco de lo que en realidad muy poco de lo que en realidad pretendían. Cuando los leemos -para Platón cada niño debía ser "un bastardo educado en un organismo estatal"; Elyot querría que el niño no viese ningún hombre antes de los siete años y que no viese mujeres ni siquiera después; y según Locke los niños deberían llevar zapatos agujereados y no tener ninguna afición a la poesía- podemos estar bien agradecidos a la benéfica obstinación de las verdaderas madres y de las verdaderas nodrizas, y sobre todo, de los verdaderos niños por haber preservado para la especie humana la salud mental que aún posee. Pero los plasmadores de hombres de la nueva época estarán armados con los poderes de un estado omnicompetente y con una técnica científica irresistible. Tendremos por fin una raza de condicionadores que verdaderamente podrán modelar la posteridad en la forma que les de la gana.
La segunda diferencia es aún más importante. En los antiguos sistemas, tanto el tipo de hombre que los educadores querían producir, como los motivos que les inducían a ello, estabas prescritos por el Tao, una regla a la cual estaban sujetos los propios educadores, los cuales no pedían ninguna libertad para abandonarla. Lejos de modelar los hombres según esquemas elegidos arbitrariamente por ellos, daban lo que habían recibido: iniciaban al joven neófito en e misterio de la humanidad que le incluía tanto al neófito como a los educadores. No se trataba de otra cosa sino de aves adultas y expertas que enseñaban a volar a sus crías. Esto cambiaría. Los valores son hoy puros fenómenos naturales. Los juicios de valor han de ser inducidos en el alumno como parte de condicionamiento. Sea cual sea el Tao, ahora será producto de la educación, no su motivo. Los condicionadores se han emancipado de todo esto. Es una parte de la Naturaleza que ya han conquistado. Los impulsos radicales de la acción humana ya no son para ellos algo dado. Esos impulsos también se les han rendido, como en su día se les rindió la electricidad, y la función de los condicionadores será controlarlos, no obedecerlos. Ellos saben cómo producir la conciencia y deciden qué tipo de conciencia producirán. Por su parte, ellos se sitúan fuera, por encima de todo eso. Ciertamente estamos en al hipótesis de que estamos en el último estadio de la lucha del Hombre con la Naturaleza, y que ya se ha conseguido la victoria final. La naturaleza humana ha sido conquistada, dominada, y, naturalmente, se ha dominado cuál es el sentido según el cual interpretamos hoy esa palabra.
La abolición del hombre (20)
El cuadro más verosímil es el de la generación de una cierta época -por ejemplo, en el siglo cien después de Cristo- que resistiese victoriosamente a todas las épocas precedentes y dominase incondicionalmente a todas las épocas sucesivas, alzándose así como verdadera señora de la especie humana. Pero en este momento, dentro de tal generación -dueñoa (que sería una pequeñísima minoría en la totalidad de la especie) el poder sería ejercido por una minoría todavía más exigua. Si los sueños de algunos planificadores científicos llegara a realizarse, la conquista de la Naturaleza por parte del hombre correspondería al dominio de unos pocos centenares de hombres sobre billones y billones de otros hombres. No hay, y no puede haber nunca simple aumento de poder por parte del hombre. Cada paso adelante nos deja a la vez más débiles y más fuertes. En cada victoria, el hombre además de ser el general triunfante es también el prisionero que sigue el carro triunfal.
Todavía no nos hemos planteado si el resultado global de semejantes victorial ambivalentes es un bien o un mal. Sólo estoy tratando de esclarecer qué significa realmente conquista de la Naturaleza por parte del hombre, y en particular el estadio final de la conquista. El estudio final se alcanzará cuando el Hombre, por medio de la eugenesia, el condicionamiento prenatal y la instrucción y la propaganda basadas en una perfecta psicología aplicada, consiga el pleno control sobre sí mismo.
La abolición del hombre (19)
Repentinamente se abrió camino en mi cabeza
el pensamiento inquietante de que
dijere lo que dijere y por mucho que me adulara
una vez que hubiera conseguido arrastrarme a su casa
me habría vendido de esclavo.
[BUNYAN]
Tomemos en consideración tres ejemplos característicos: el avión, la radio y los contraceptivos. En una sociedad civil y en tiempos de paz, cualquiera que pueda pagar puede servirse de estas tres cosas. Pero no sería correcto afirmar que al hacerlo ejercite un poder particular o individual sobre la Naturaleza. Si yo te pago para que me lleves sobre tus hombros, no soy más fuerte por eso. Las tres o una de las cosas que he citado pueden ser substraídas a algunas personas por otras personas: por los que venden, por los que permiten la venta, por los que disponen de las fuentes de producción o por los que fabrican la mercancía. Lo que llamamos poder del hombre es, en realidad, un poder que tienen algunos hombres y del cual pueden o no permitir que otros hombres se sirvan. Más aún, por lo que respecta a los poderes que se concretan en el avió o en la radio el Hombre no es sólo detentador de ese poder, sino que es también dependiente o sujeto pues puede ser blanco sobre el que caigan las bombas o la propaganda. Y por lo que respecta a los contraceptivos, hay una paradoja negativa por la cual todas las posibles generaciones futuras dependen o son sujeto de un poder detentado por quien ya está vivo en el presente. Por medio de la simple contracepción les es negada la existenciia, y por medio de la contracepción entendida como instrumento de reproducción selectiva, son forzadas a ser lo que otra generación, por sus propias razones, elija. Y esto sin que sean llamados a expresar su opinión. Desde este punto de vista, lo que se denomina poder del Hombre sobre la Naturaleza resulta ser un poder ejercido por algunos hombres sobre otros hombres teniendo a la Naturalez como instrumento.
Naturalmente, es un lugar común lamentarse de que hasta ahora los hombres han usado mal y contra sus propios semejantes el poder que les ha dado la ciencia. Pero no es esto lo que me interesa. No trato de corrupciones o abusos concretos a los que se podría poner remedio con un aumento de moralidad: trato de aquello que es en su esencia y fundamento aquello que se denomina "poder del Hombre sobre la Naturaleza". No cabe duda de que la situación cambiaría si las materias primas y las fábricas fuesen de propiedad pública y además hubiera control público sobre la investigación científica. Pero, salvo que tenga lugar el estado mundial, eso significaría de nuevo poder de una nación sobre otras. Incluso dentro de un estado mundial o de la nación significaría (teóricamente) poder de la mayoría sobre la minoría, y, en la práctica, poder del gobierno sobre el pueblo, y todo ejercicio del poder, significaría a largo plazo, sobre todo en el campo de la reproducción, el poder de las generaciones precedentes sobre las sucesivas.
lunes, 24 de mayo de 2010
La abolición del hombre (18)
Con el fin de evitar malentendidos, puedo añadir que aunque yo mismo soy Teísta, y más concretamente un cristiano, no estoy en momentos defendiendo solapadamente la causa del Teísmo. Estoy simplemente afirmando que, si tenemos que tener valores, debemos aceptar los lugares comunes de la Razón práctica como si tuviesen validez absoluta. Afirmo igualmente que, en e caso en que nos sintamos excépticos respecto a los valores, cualquier intento de reintroducirlos a un nivel más bajo sobre bases supuestamente más realistas, está destinado al fracaso. La cuestión de si esta posición implica un origen sobrenatural del Tao es algo de lo que no me ocupo ahora.
¿Pero quién pensará que es posible que la mente moderna acepte las conclusiones a que hemos llegado? Parece que este Tao que debemos tratar como un absoluto es sencilamente un fenómeno como tantos otros: el reflejo que en la mente de nuestros antepasados produjo el ritmo agreste en que vivían o quizá un reflejo simplemente de su fisiología. Ya sabemos en teoría cómo se han producido tales cosas. Pronto lo sabremos con detalle. Por último alcanzaremos conocimientos suficientes para producirlo a voluntad. Naturalmente, cuando no sabíamos cómo estaban hechas las cosas, aceptábamos esta dotación mental como un dato, o incluso como un maestro. Pero muchas cosas de la naturaleza que en un tiempo fuero nuestros maestros son hoy nuestros siervos. ¿Por qué no va a pasar lo mismo con el Tao? ¿Por qué debería detenerse nuestra conquista de la naturaleza, y quedar tontamente sujeta, frente a este definitivo y durísmo trozo de "naturaleza" que ha sido llamado hasta ahora la conciencia del hombre? Nos amenazáis con oscuros desastres si tenemos la osadía de poner siquiera un pie fuera de ella. Pero ya hemos sido amenazados muchas veces del mismo modo por los oscurantismos a cada paso de nuestro camino de avance, y siempre la amenaza se ha demostrado falsa. Nos decís que si salimos del Tao no tendremos valores. Magnífico. Probablemente descubriremos que podemos caminar con soltura incluso sin valores. Consideramos todas las ideas de aquello que debemos hacer, simplemente como una interesante supervivencia psicológica: salgamos finalmente de todo esto y comencemos a hacer lo que nos plazca. Decidamos por nuestra exclusiva cuenta y riesgo qué es lo que debe ser el hombre y hagamos que sea efectivamente así: no sobre la base de valores imaginarios, sino porque nos da la gana que lo sea. Después de haber dominado todo lo que nos rodea, dominémoslo ya hoy a nosotros mismos y elijamos nuestro destino.
Se trata de una posición muy verosímil. Los que la sostienen no pueden ser acusados de contradicción como los tibios escépticos que esperan aún descubrir valores "reales" después de haber criticado desenmacadoramente los valores tradicionales. La nueva posición equivale a rechazar el concepto de valor. Necesitaré otra conferencia para examinarla.
La abolición del hombre (17)
Un teórico de la lengua puede acceder a su lengua materna desde fuera, por así decirlo, considerando el "genio" o "espíritu" propio de esa lengua como algo que no tiene ningún derecho sobre él y proponiendo una total modificación de su idioma y ortografía, según los intereses de los intercambios comerciales o de la exactitud científica. Esto es una cosa. Un gran poeta que hay "amado, y que haya sido bien criado en su lengua materna", podrá a su vez modificarla ampliamente, pero sus modificacioines estarán hechas dentro del espíritu o del genio de la misma lengua: él actúa desde dentro. La misma lengua que las recibe será la que le inspire las modificaciones. Esto es una cosa completamente distinta: tan diferentes como las obras de Shakespeare son diferentes del inglés de la gramática. Es la diferencia entre el cambio desde dentro y la modificación desde fuera, entre lo orgánico y lo quirúrgico.
Del mismo modo, el Tao admite el desarrollo desde dentro. Hay diferencia entre un verdadero avance moral y la simple innovación. Desde el confuciano "no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti" hasta el "trata a los demás como quisieran que te tratasen a ti" cristiano hay un verdadero avance. La moralidad de Nietzsce es mera innovación. Lo primero es un avance porque nadie que no admita la validez de la antigua máxima podría ver razón alguna para aceptar la nueva, y cualquiera que acepte la antigua reconocerá que la nueva es una ampliación del mismo principio. Si rechaza la nueva, la rechazará como superflua o como algo que ha ido demasiado lejos, pero no como algo simplemente heterogéneo respecto a su propia vida de valor. Sin embargo, la ética nietzscheana sólo puede ser aceptad si uno está dispuesto a desechar las morales tradicionales como simples errores y entonces se pone a sí mismo en una posición en la que no se puede encontrar ningún fundamento en absoluto para los juicios de valor. Es la diferencia que hay entre un hombre que dice: "A tí te gustan las verduras frescas; ¿por qué no las cultivas tú mismo y las tienes perfectamente frescas?, y otro hombre que dice: "Desecha el pan y procura comer en vez de eso ladrillos y cienpiés". Aquellos que comprenden su espíritu y por él son guiados podrán modificarlo en las direcciones requeridas por el mismo espíritu. Sólo a ellos les son conocidas esas direcciones. El profano nada sabe de ellas. Sus inentos de modificación acaban, como hemos visto, en contradicciones. En vez de ser capaces de sanar las discrepancias de la letra penetrando en el espíritu, el profano se limita a tomar un precepto cualquiera, aquel sobre el que los avatares del tiempo y el lugar hayan llamado su atención en un momento determinado, y entonces lo conduce a la muerte sin poder dar ninguna razón. La única autorización para modificar el Tao proviene desde dentro del Tao mismo. Es lo que quería decir Confucio cuando afirmaba "es inútil consultar a quellos que siguen un camino distinto" (Analects XV, 39). Aristóteles decía que por esta razón sólo los que han sido bien criados y educados pueden estudiar ética con provecho. Al hombre corrompido, al hombre que se sitúa fuera del Tao, le es invisible el mismo punto de partida de esta ciencia. Este podrá ser hostil, pero no puede ser crítico, porque ni siquiera entiende de qué se discute. Por esto se dijo aquello: "Esta gente que no conoce la Ley es maldita" (Jn 7, 49) y "el que no crea, será condenado" (Mc 16, 16). Una mente "abierta" en cuestiones que no son fundamentales, es útil. Pero una mente "abierta" respecto a los fundamentos últimos de la razón teórica o de la Razón práctica es una idiotez. Si la mente de un hombre es "abierta" respecto de estas cosas, dejemos que al menos su boca esté cerrada. El no podrá decir nada. Fuera del Tao no hay base para criticar ni al Tao ni a ninguna otra cosa.
La abolición del hombre (16)
Puesto que no creo que haya respuesta alguna para esas pregunas sacaré las conclusiones siguientes. Esa cosa que por comodidad hemos convenido en llamar Tao, y que otros pueden llamar Ley Natural o Moral Tradicional o Primeros Principios de la Razón Práctica o Primeros Lugares Comunes, no es simplemente uno entre muchos posibles sistemas de valores: es la sola y única fuente de todos los juicios de valor. Si lo rechazamos, rechazaremos todo valor. Manteniendo cualquier valor, lo estamos manteniendo. Esforzarse por refutarla y poner en su lugar un nuevo sistema de valores equivale a contradecirse. No ha habido nunca, ni habrá jamás, un juicio de valor radicalmente nuevo en la historia del mundo. Sea la que sea la pretensión de los nuevos sistemas o, como se llaman hoy, ideologías, todos están hechos con fragmentos del Tao, arrancados arbitrariamente de su contexto y por tanto exasperados, aunque siempre deben al Tao, y sólo a él, toda su eventual validez. Si mis deberes respecto a mis padres son uns superstición, entonces lo serán mis deberes respecto a la posteridad. Si la justicia es una superstición también lo será mi deber respecto a mi país o a mi raza. Si la búsqueda del conocimiento científico es un valor real, entonces también lo es la fidelidad conyugal. La rebelión de las nuevas ideologías contra el Tao es la rebelión de las ramas contra el árbol: si lo destruyeran, los rebeldes se encontrarían que se han destruido a sí mismos. La mente humana no está más capacitada para inventar un nuevo sistema que para imaginar un nuevo color primario, o para crear un nuevo sol y un nuevo cielo en el que ponerlo a girar.
domingo, 23 de mayo de 2010
La abolición del hombre (15)
Podría parecer a alguien que no hemos hecho otra cosa que restaurar, bajo otro nombre, lo que siempre se entiende por instinto básico o fundamental. En realidad aquí está en juego mucho más que un asunto de palabras. El Innovador ataca los valores tradicionales (el Tao) para defender aquellos que él supone de entreda que son (en cierto sentido) valores "razonables" o "biológicos". Pero, como hemos visto, todos los valores de los que se sirve para atacar al Tao, y que incluso pretende sustituirlo, son a su vez derivados del Tao. Si realmente él hubiera partido de cero, desde fuera directamente de la tradición humana de los valores, por mucho que se esforzase no avanzaría un solo paso hacia la idea según la cual un hombre debería morir por la comunidad o trabajar para la posteridad. Si el Tao decae, decaen con él todos sus conceptos de valor. No hay ni uno que pueda pretender otra autoridad que la del Tao. El Innovador es capaz de atarlo sólo gracias a los fragmentos del Tao que ha recibido en herencia. Entonces surge la cuestión: ¿con qué títulos pueden aceptarse unos fragmentos y rechazar otros? Porque si los fragmentos que rechaza no tienen ninguna autoridad, tampoco la tendrán los fragmentos conservados. Si es válido lo que se conserva, también será válido lo que se rechaza.
La abolición del hombre (14)
La abolición del hombre (13)
Hablar de obedecer al instinto es como hablar de obedecer a la gente. La gente dice las cosas más dispares. Lo mismo pasa con los instintos. Nuestros instintos están en guerra unos con otros. Si se afirma que el instinto de la conservación de la especie debería ser obedecido siempre ¿de dónde sacamos un criterio para darle la precedencia? Oír a un instinto que defiende su causa y la decide en su propio favor sería más bien ingenuo. Si le prestamos oído cada instinto pide ser satisfecho a costa de los demás. Por el simple hecho de haber escuchado a uno en vez de a los otros, ya hemos prejuzgado el caso. Si nos sometiéramos al conocimiento de la respectiva importancia de nuestros instintos a un examen de ellos, no podríamos aprender nada de ellos. Pero tal conocimiento no puede ser, a su vez, instintivo: el juez no puede ser una de las partes en causa. Si, no obstante, lo es entonces la decisión no tiene ningún valor y no hay nada que justifique poner la conservación de la especie por encima de la autoconservación o del apetito sexual.
La idea de que, incluso sin apelar a un tribunal superior a los mismos instintos, podemos siempre encontrar una base para preferir un instinto determinado a los demás, es dificilísima de eliminar. Nos agarramos a palabras sin sentido: lo llamamos instinto "básico" o "fundamental", o "primario", o "profundísimo". Todo es inútil. O estas palabras esconden un juicio de valor que pasa por encima del instinto, y por tanto no es deducible a él, o bien son palabras que se limitan a registrar la intensidad, la frecuencia operativa y la extensión. En el primer caso, todo el entero intento de basar los valores sobre el instinto ha sido abandonado. En el segundo, esta observación sobre los aspectos cuantitativos de un acontecimiento psicológico no conducen a ninguna conclusión práctica.
La abolición del hombre (12)
En realidad no hemos avanzado ni un paso. No hace falta insistir sobre el hecho de que "instinto" es el nombre que damos a algo que no se sabe muy bien lo que es: decir que la aves migratorias encuentran por instinto el camino equivale a decir que las aves migratorias encuentran el camino pero nosotros no sabemos cómo lo logran. Mi opinión es que esa palabra es usada aquí con un sentido bien definido, es decir, en el sentido de un impulso irreflexivo y respontáneo ampliamente advertido por los miembros de una especie determinada. ¿De qué manera nos ayuda el instinto, así entendido, a encontrar los "verdaderos" valores? ¿Es obligatorio que obedezcamos al instinto, es decir, que no podamos actuar de otra forma? Si es así ¿qué objeto tiene escribir libros como el Libro Verde? ¿Por qué razón vamos a exhortar a ir por un camino por el que no podemos menos que ir? ¿Por qué razón se elogia a los que se han sometido a lo inevitable? ¿O se quiere decir quizá que obedeciendo al instinto seremos felices y estaremos satisfechos? Pero la verdadera cuestión que estábamos considerando era la de afrontar la muerte que, como sabe el Innovador, trunca toda posibilidad de satisfacción. Y si tenemos un deseo instintivo por el bien de la posteridad, entonces tal deseo, por la propia naturalaeza de caso, nunca podrá ser satisfecho, pues alcanz su fin, si es que lo alcanza, cuando estamos muertos. Sería como si el Innovador dijere no que debemos obedecer al insntinto, ni que nos dejará satisfecho el hacerlo, sino que sería justo obederlo.
La abolición del hombre (11)
La abolición del hombre (10)
Antes que nada, podría decir que el valor real sea poya sobre la utilidad que semejante sacrificio tiene para la comunidad. "Bueno", podría decir, "signfica aquello que es útil a la sociedad". Pero, naturalmente, no es la muerte de la comunidad lo que es útil a la comunidad, sini únicamente la muerte de algunos de sus miembros. Lo que se quiere decir en realidad es que la muerte de algunos hombres es útil a los otros hombres. De acuerdo. Pero ¿sobre qué base se pedirá a algunos hombres que den la vida para el bien de los otros? Hemos excluido, por hipótesis, cualquier apelación al orgullo, al honor, a la vergüenza o al amor. Hacerlo sería volver al sentimiento, y la tarea del Innovador es, habiéndolos elimado todos, explicar a los hombres, en términos de razonamiento puro, por qué motivo es aconsejable que mueran para que otros puedan vivir. Podría decir: "A menos que alguno de nosotros se arriesgue a morir, es seguro que moriremos todos". Esto será verdadero sólo en un número muy limitado de casos. Pero aunque fuese cierto, provocaría una contrapregunta razonabilísima: ¿Por qué tendría que ser yo uno de los que afronten ese riesgo?
La abolición del hombre (9)
lo que actúa el caballero.
[CONFUCIO, Analects I, 2]
Por muy subjetivistas que sean respecto a algunos valores tradicionales, por el simple hecho de haber escrito el Libro Verde, Ticio y Cayo han demostrado que debe haber valores respecto de los cuales no son en absoluto subjetivistas. Ellos escriben con la finalidad de producir en la generación nuevos ciertos estados de espíritu, si no porque los consideran intrínsecamente buenos y justos, es ciertamente porque los consideran el medio para llegar a un estado de la sociedad que consideran deseable. No sería difícil entresacar de varios pasajes del Libro Verde cuál es su idea. Pero no hace falta. Deben tenerlo pues en caso contrario este libro (cuya intención es puramente práctica) habría sido escrito sin ningún objeto. Además tal fin debe tener a los ojos de los autores un valor real. Evitar llamarlo y utilizar, en vez de eso, calificativos como "necesario", "progresivo" o "eficaz" sería un subterfugio. Pero eso no termina ahí pues inmediatamente surgen las preguntas: "¿necesario para qué?", "¿progresivo hacia dónde?", "¿eficaz de qué?". Como último recurso tendrían que admitir que un cierto estado de cosas, que, según ellos, es bueno para sí mismo. Y esta vez no podrían admitir que "bueno" exprese simplemente sus sentimientos al respecto. Esto es así porque el objetivo de su libro es inducir al joven lector a partircipar en su opinión y esto sería necio o deshonesto a menos que ellos sostuviesen que su opinión es de algún modo válida y correcta. De hecho se descubrirá que Ticio y Cayo sostienen, con un dogmatismo absolutamente acrítico, el entero sistema de valores que estuvo efectivamente de moda entre los jóvenes de instrucción modesta de las clases profesionales en el periodo de entreguerras. Su escepticismo en materia de valores es un espcepticismo en la superficie, vale solo para los valores de los demás Respecto a los valores vigentes en su ámbito son todo lo contrario que escépticos. Se trata de un fenómeno muy frecuente. Gran parte de aquellos que critican desenmascarademente los valores tradicionales o, como ellos les gusta decir, "sentimentales" gravitan sobre unos valores propios que consideran inmunes al proceso de crítica. Pretenden cortar el crecimiento parasitario de las emociones, de las sanciones religiosas, de los tabúes hereditarios, para hacer que emerjan valores "reales" o "fundamentales". Trataré ahora de descubrir qué ocurrirá si este tentativo fuera, en verdad, llevado a la práctica.
viernes, 21 de mayo de 2010
La abolición del hombre (8)
El efecto del Libro Verde y de todos los libros por el estilo es producir los que podríamos llamar hombres sin torso. Es una vergüenza que éstos sean generalmente calificados de "intelectuales". Esto les permite afirmar que quien les ataca, ataca a la inteligencia. Esto es falso. Ellos no distinguen precisamente por una habilidad poco común para encontrar la verdad no por un virginal ardor por buscarla. En realidad sería casi contradictorio que se distinguieran por eso. Una devoción tenaz por la verdad, un laudable sentido del honor intelectual no puede ser defendido sin la ayuda de un sentimiento que Ticio y Cayo podrían criticar y desenmascarar con la misma facilidad que cualquier otro sentimiento. Lo que les caracteriza no es el plus de cabeza sino la carencia de la emoción generosa y fértil. Su cabeza no es más grande de lo normal, pero la atrofia del torso hace que lo parezca.
La tragicomedia de nuestra situación es que sin descanso reclamamos a voces aquellas cualidades que estamos haciendo imposibles. Se abre cualquier revista y proliferan las afirmaciones de que aquello que necesita nuestra civilización es más "impulso", dinamismo, autosacrificio, "creatividad". Con una especie de espantosa ingenuidad eliminamos el órgano y reclamamos la función. Producimos hombres sin torso y esperamos de ellos virtud y generosidad emprendedora. Nos reímos del honor y luego nos asombramos de estar rodeados de traidores por todas partes. Castramos y pretendemos que el animal sea fecundo.
La abolición del hombre (7)
Debemos creer que Ticio y Cayo pueden haber elegido la primera posibilidad de la alternativa. La propaganda es lo que ellos abominan, pero no porque su filosofía proporcione argumentos para condenarla (o cualquier otra cosa), sino porque ellos son mejores que su teorías. Probablemente hay en ellos una noción vaga (me ocuparé de ella en la próxima lección) de que si fuera necesario valor, buena fe y justicia, podrían ser propuestas al alumno sobre el justificante de los que llamarían "razonable", "biológico" o "moderno". Mientras tanto dejan el asunto a su propia lógica y continúan su proceso de crítica.
La abolición del hombre (6)
En consecuencia, el problema educativo es completamente diverso según uno se sitúe dentro o fuera del Tao. Para quien se pone dentro, el objetivo es ir provocando en el alumno las respuestas que son en sí mismas apropiadas, las cumpla uno o no las cumpla, pues en actuar así consiste la verdadera naturaleza del hombre. Los que se sitúan fuera del Tao, si son consecuentes, deberán considerar todos los sentimientos como igualmente no-razonables, como simples velos entre nosotros y los ojbetos reales. En consecuencia deberán decidir si eliminar, en la medida de lo posible, todos los sentimientos de la mente del alumno, o bien fomentar algunos sentimientos por razones que no tienen nada que ver con su "justicia" u "orden" intrínsecos. Si eligen esto último se verán impulsados a la discutible de crear en otros, por "sugestión" o encantamiento, un espejismo que la razón de ellos ha penetrado eficazmente.
La abolición del hombre (5)
A su vez los chinos hablan de una cosa grande (la cosa más grande) llamado el Tao. Este es la realidad más allá de todos los predicados, el abismo que existía con anterioridad al mismo Creador. Es la Naturaleza, el Camino, el Sendero. Es el camino por el que procede el universo, el camino por el que constantemente emergen las cosas, silenciosas y tranquilas, en el espacio y en el tiempo. Y es también el camino que todo hombre debería recorrer e imitación de aquella progresión cósmica y supracósmica, conformado toda actividad a aquel gran modela. "En el ritual, se dice en los Analects, es la armonía con la naturaleza la que es apreciada". Del mismo modo, los antiguos hebreos alaban la Ley por su ser "verdadera".
A esta concepción en todas sus formas, platónicas, aristotélica, estoica, cristiana y oriental, la llamaré de ahora en adelante, para abreviar, simplemente Tao. Algunos de los fragmentos que he citado quizá a algunos puedan parecer algo curiosos o incluso mágicos. Es la doctrina del valor objetivo, la convicción de que algunos comportamientos son realmente verdaderos, y otros realmente falsos, en relación al tipo de realidad que es el universo y al tipo de realidad que somos nosotros. Los que conocen el Tao pueden sostener que llamar deliciosos a los niños y venerables a los ancionos no significa solamente registrar un hecho psicológico en torno a nuestras emociones paternales o filiales del momento, sino reconocer una realidad que reclama de nosotros una respuesta determinada, respuesta que nosotros podemos dar o no. Personalmente, yo no encuentro gusto en la sociedad de niños, pero si hablo desde el interior del Tao lo reconozco como un defecto mío, de modo semejante a como otra persona quizá deba reconocer que es sordo para la música o ciego para los colores. Y puesto que nuestros consensos y disensos son pues reconocimientos de un valor objetivo o reacciones a un orden objetivo, entonces los estados de ánimo pueden estar en armonía con la razón (cuando sentimos inclinación hacia aquello que debe ser aprobado) o en la disarmonía con la razón (cuando nos damos cuenta que no somos capaces de sentir la inclinación debida). Ninguna emoción es, por sí misma, un juicio. En este sentido, todas emociones y todos los sentimientos son alógicas. Pero pueden ser razonables o irrazonables según se conformeno no con la Razón. El corazón no podrá tomar nunca el lugar de la cabeza, pero, puede, y debería, obecerla.
La abolición del hombre (4)
De este pasaje el estudiante no aprenderá absolutamente nada de literatura. Lo que sí aprenderá inmediatamente, y quizá indeleblemente, es la convicción de que todas las emociones suscitadas por las asociaciones de ideas son en sí mismas contrarias a la razón y despreciables. Tampoco sabrá nunca que hay dos modos de ser inmunes a ese tipo de publicidad: que esa publicidad caerá en el vacío tanto con los que se encuentran por encima como los que se encuentran por debajo: con el hombre verdaderamente sensible y con el simple mono vestido que en el Atlántico no consigue ver nada más que millones y millones de toneladas de gélida agua salada. Dos son los hombres a los cuales sería inútil proponer un artículo de fondo sobre el patriotismo y el honor: uno es el cobarde, el otro el hombre de honor y patriota. Nada de esto se ofrece a la atención del estudiante. Por el contrario él es impulsado a rechazar el engaño de los “mares de Drake” sobre la base de que así él demostrará que es un individuo al cual no es fácil sacarle el dinero. Ticio y Cayo no sólo no le enseña nada de literatura sino que mucho antes de que sea lo suficiente maduro como para darse cuenta, le han quitado a su alma la posibilidad de tener ciertas experiencias que pensadores más autorizados que ellos han afirmado que son experiencias generosas, fructíferas y humanas.
Pero no se trata sólo de Ticio y Cayo. En otro librito cuyo autor llamaré Orbillo, observo que, bajo el mismo anestésico general, se realiza la misma operación. Orbillo escoge para criticar un insulso pasaje de la literatura sobre dos caballos, donde estos animales son elogiados como los “voluntariosos servidores” de los primeros colones de Australia y cae en la misma trampa que Ticio y Cayo. De Ruksh y Sleipnir y de las lágrimas del caballo de Aquiles y del caballo de guerra del libro de Job –pero tampoco de Beer Rabbit y de Meter Rabbit-, de la piedad del hombre prehistórico por “nuestro hermano el buey”, de todo aquello que la semiantropomórfica visión de los animales ha significado en la historia humana y de la literatura donde esa visión encuentra expresión, noble o aguda, no dice ni una palabra. De los problemas de la psicología animal que son objeto científico, tampoco dice una palabra. Se limita a explicar que los caballos no están interesados, secundum litteram, en la expansión colonial. En la práctica esta es la única información que los alumnos reciben de él. De por qué el texto que están analizando sea malo, mientras que otros, que sobre el mismo argumento mienten claramente, sean buenos, no se dice nada. Aún menos aprenderán sobre las dos categorías de hombres que se encuentran respectivamente por encima o por debajo del peligro de tal literatura: el hombre que verdaderamente conoce los caballos y verdaderamente los ama, y el irredimible ciudadano zopenco para el cual un caballo no es otra cosa que un anticuado medio de transporte. De esta manera habrán perdido el placer que les daban sus caballos y perros, habrán recibido un incentivo para la crueldad o la indiferencia, y en sus mentes se abrirá camino la complacencia en la propia astucia. La diaria lección de inglés, aún cuando de inglés no hayan aprendido nada, está toda en eso. Otra pequeña parte de la herencia humana les ha sido sustraída tranquilamente antes de que fuesen suficientemente mayores para entenderlo.
Hasta ahora he querido suponer que maestros del tipo de Ticio y Cayo no se dan plenamente cuenta de lo que hacen y no se imaginan el alcance real de las consecuencias de su actitud. Naturalmente existe otra posibilidad. Pudiera ser que lo que he definido (suponiendo la inclusión de un cierto sistema tradicional de valores) como el “mono vestido” o el “ciudadano zopenco” fuera precisamente el tipo de hombres que efectivamente ellos desean producir. Las divergencias entre nosotros podrían ser insuperables. Ticio y Cayo podrán realmente sostener que los sentimientos humanos comunes relativos al pasado o a los animales o a las grandes cascadas son contrarios a la razón y despreciables y que deben ser eliminados. Podrían proponerse hacer tabla rasa con los valores tradicionales e instaurar un nuevo código: esta postura la discutiremos más adelante. Si esta es la postura de Ticio y Cayo por el momento debo limitarme a subrayar que se trata de una postura filosófica y no de una postura literaria. Llenando de ella su libro, se comportan incorrectamente respecto a los padres o a los directores que lo compran, los cuales, en lugar del deseado manual de gramática, se encuentran que tienen en las manos la obra de dos filósofos aficionados. Cualquier padre se irritaría si su hijo volviera del dentista con los dientes como antes y con la cabeza imbuida de los obiter dicta del dentista sobre el mimetismo o la teoría baconiana.
No obstante dudo que Ticio y Cayo se hayan propuesto realmente propagar una filosofía propia bajo el pretexto de enseñar el inglés. Pienso más bien que han sido arrastrados por las razones siguientes. En primer lugar, si la crítica literaria es difícil, es mucho más fácil hacer lo que ellos hacen. Explicar por qué tratar equivocadamente ciertas emociones fundamentales humanas es literatura mal, es –si se excluyen todos los interrogativos a que darían lugar las emociones mismas- algo dificilísimo de hacer. Incluso el doctor Richards, primero que a afrontado seriamente el problema de la mala literatura, en mi opinión ha fallado en su propósito. “Criticar” las emociones, sobre la base de lugares comunes racionalistas, está casi al alcance de cualquiera. En segundo lugar, pienso que Ticio y Cayo, llenos de buena fe, han entendido mal las exigencias educativas del momento. Ven el mundo que les circunda arrastrado por la propaganda emotiva –han aprendido de la tradición que los jóvenes son sentimentales- y concluyen que lo mejor que puede hacerse es pertrechar las mentes contra las emociones. Por lo que a mí respecta, mi experiencia de educador me dice todo lo contrario. Por cada alumno que necesita ser protegido respecto a un morboso exceso de sensibilidad, tres piden ser despertados del sopor de una fría vulgaridad. La tarea de los educadores modernos no es destrozar junglas sino regar desiertos. La defensa adecuada de los falsos sentimientos es inculcar sentimientos rectos. Forzando al ayuno la sensibilidad de nuestros alumnos no hacemos otra cosa que convertirlos en la presa fácil del propagandista cuando éste se les presente. Esto es así porque una naturaleza hambrienta reclama siempre su parte y ciertamente un corazón duro no es una protección infalible contra una cabeza blanda.
Pero ay aún una tercera, y más profunda razón para el modo de proceder que adoptar Ticio y Cayo. Estos podrían estar perfectamente dispuestos a admitir que una buena educación debería construir algunos sentimientos y destruir otros. Podrían esforzarse por hacerlo. Pero sería imposible que lo lograsen. Por mucho que se esfuercen, la última palabra la tendrá siempre el aspecto “crítico” de su trabajo. Para ayudar a captar más claramente esta idea deberé, por un momento, hacer una digresión y mostrar que lo que podríamos llamar “la categoría educativa” de Ticio y Cayo es diversa de la de todos sus predecesores.
Hasta la época moderna, todos los educadores e incluso todos los hombres estaban convencidos de que el universo era tal que ciertas reacciones emotivas por nuestra parte podían serle adecuadas; que realmente, los objetos no sólo recibieran, sino que pudiesen merecer nuestra aprobación o desaprobación, nuestro respeto o nuestro desprecio. La razón por la cual Coleridge concordaba con el turista que calificaba de sublime la cascada y disentía de quien la llamaba hermosa estaba, naturalmente, en su convicción de que la naturaleza inanimada es tal que determinadas reacciones le resultaban más “justas” u “ordenadas” o “apropiadas” que otras. E imaginaba (correctamente) que los turistas pensaban del mismo modo. El hombre que calificaba de sublime la cascada no pretendía describir simplemente las propias emociones, sino proclamaba que el objeto era tal que lo merecía. Ante tal afirmación no habría nada que añadir u objetar. Disentir de es hermosa sería absurdo si esas palabras se limitasen a describir los sentimientos de la señora: si ella hubiera dicho me siento mal, difícilmente Coleridge hubiera constado no, yo me siento muy bien. Cuando Shelley, después de haber comparado la sensibilidad humana a una lira eólica, añade que éste se distingue de una lira por su poder de “adaptación” interna, gracia al cual es capaz de “sintonizar las propias cuerdas a los movimientos de aquello que golpea”, manifiesta la misma convicción. “¿Podemos ser rectos”, se pregunta Traerme, “sin ser justos a la hora de tributar a las cosas la estima que se les debe? Cada cosa ha sido hecha para ser vuestra y vosotros habéis sido hechos para apreciarla según su valor”.
San Agustín define la virtud como ordo amoris, la ordenada distribución de los afectos según la cual a cada objeto se le tributa el género y grado de amor que le es apropiado. Aristóteles afirma que el objetivo de la educación es inculcar en el alumno el gusto y la aversión por aquello que sería justo que sea amase o aborreciese. Llegado a la edad de la reflexión el alumno acostumbrado de ese modo a los “afectos ordenados” o a los “justos sentimientos” descubrirá fácilmente los primeros principios de la Ética; pero el hombre corrompido no le serán nunca visibles y le será imposible progresar en esa ciencia. Antes de él, Platón había dicho lo mismo
La abolición del hombre (3)
Antes de tomar en consideración las credenciales filosóficas de la posición que Ticio y Cayo han adoptado en materia de valores querría mostrar los resultados prácticos de su método educativo. En el cuarto capítulo del libro ponen el ejemplo de la insulsa publicidad de un crucero de placer y se ponen a inmunizar a los alumnos contra el género de literatura que se presenta ahí. El anuncio dice que quien compra el billete del crucero surcará “los mismos mares de Drake”, “a la búsqueda de los tesoros de las indias”, y volverá a casa cuando vuelva con un “tesoro” de “horas doradas” y de “brillantes colores”. Obviamente se trata de un trozo de mala literatura: del pedestre aprovechamiento comercial de los sentimientos de reverencia y de placer que tienen los hombres cuando visitan lugares que tienen especiales lazos con la historia o la leyenda. Si Ticio y Cayo fueran consecuentes y enseñasen a los lectores el arte de la redacción inglesa (como se supone que hacían), su deber sería poner junto al anuncio pasajes de grandes escritores en los cuales se expresaran bien las mismas emociones, y a partir de ahí mostrar dónde está la diferencia.
Habían podido transferir el famoso pasaje de las Western Islands de Jonson, donde dice: “Es poco envidiable aquel hombre cuyo patriotismo no salga reforzado de la llanaura e Maratón, o cuya piedad no se haga más viva entre las ruinas de Iona”. Habrían podido citar el pasaje de The Prelude donde Wordsworth describe como la antigüedad de Londres se reveló a su mente por primera vez con “peso y fuerza, y la fuerza crecía a la vez que el peso”. Una lección que pusiera tales modelos junto al anuncio y distinguiese realmente lo bueno de lo malo sería una lección digna de este nombre. Tendría en sí sangre y linfa: el árbol de la ciencia enlazado con el árbol de la vida. Además tendría el método de ser una lección de literatura: asunto en el cual Ticio y Cayo, a despecho del objetivo que se los supone, parecen extrañamente reacios a aventurarse.