Aparece por fin evidente que el Innovador no puede encontrar las bases para un sistema de valores ni en una operación con proposiciones reales, ni en una apelación al instinto. Ninguno de los principios que él busca pueden encontrarse ahí. Deberán pues ser buscados por otra parte. "Todos los que habitan en los confines de los cuatro amores" (XIII, 5), dice Confucio, respecto del Chünt-tzu, el corazón gentil o caballero. Humani nihil a me alienum puto, dice el estoico. "Haz lo que quisieran que te hicieran", dice Jesús. "La humanidad debe ser preservada", dice Locke. Todos los principios prácticos respecto a la posteridad, o a la sociedad, o a la especie humana, que están detrás del pensamiento del Innovador se encuentran en el Tao desde tiempo inmemorial, y en ningún otro lugar. A menos que se los acepte incuestionadamente de modo que sean para el mundo de la acción lo que los axiomas son para el mundo de la teoría, no se pueden tener principios prácticos de ningún tipo. No pueden ser deducidos como conclusiones: son premisas. Desde el momento que no pueden demostrarse a sí mismo con "razones" que pudieran callar a Ticio y a Cayo, podrían ser considerados sentimientos. Pero entonces habría habría que renunciar a contraponer valores "reales" o "razonables" a valores sentimentales. Todo valer será sentimental y habrá que admitir (so pena de abandonar todo valor) que ningún sentimiento es "meramente subjetivo". Por otra parte, se les podrá considerar razonables -más aún, la razonabilidad de la persona-, cosas hasta tal punto razonables que ni exigen ni admiten pruebas. Pero entonces hay que afirmar que la Razón puede ser práctica, que no se puede rechazar un debe por el hecho de que no pueda aducir como credenciales un es. Si nada es evidente de por sí, nada puede ser probado. Análogamente si nada es obligatorio por sí mismo, nada será nunca obligatorio.
Podría parecer a alguien que no hemos hecho otra cosa que restaurar, bajo otro nombre, lo que siempre se entiende por instinto básico o fundamental. En realidad aquí está en juego mucho más que un asunto de palabras. El Innovador ataca los valores tradicionales (el Tao) para defender aquellos que él supone de entreda que son (en cierto sentido) valores "razonables" o "biológicos". Pero, como hemos visto, todos los valores de los que se sirve para atacar al Tao, y que incluso pretende sustituirlo, son a su vez derivados del Tao. Si realmente él hubiera partido de cero, desde fuera directamente de la tradición humana de los valores, por mucho que se esforzase no avanzaría un solo paso hacia la idea según la cual un hombre debería morir por la comunidad o trabajar para la posteridad. Si el Tao decae, decaen con él todos sus conceptos de valor. No hay ni uno que pueda pretender otra autoridad que la del Tao. El Innovador es capaz de atarlo sólo gracias a los fragmentos del Tao que ha recibido en herencia. Entonces surge la cuestión: ¿con qué títulos pueden aceptarse unos fragmentos y rechazar otros? Porque si los fragmentos que rechaza no tienen ninguna autoridad, tampoco la tendrán los fragmentos conservados. Si es válido lo que se conserva, también será válido lo que se rechaza.
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