domingo, 23 de mayo de 2010
La abolición del hombre (14)
Estamos ante el viejo dilema: o las premisas contenían ya un imperativo, o la conclusión sigue estando simplemente en indicativo. Por último, vale la pena preguntqarse si existe un instinto dirigido a la posteridad o a la conservación de la especie. En mí mismo no lo encuentro, y conste que soy hombre más bien inclinado a pensar en el futuro lejano, un hombre que puede leer con placer a Olaf Stapledon. Mucho menos fácil me resulta creer que la mayoría de la gente con la que me encuentro en el autobús o en una cola sienta un impulso irreflexivo a hacer algo por la especie humana o por la posteridad. Sólo la gente educada de un modo determinado se ha propuesto la idea d ela posteridad. Es difícil atribuir al instinto nuestro comportamiento respecto a un objeto que existe sólo para hombre habituados a reflexionar. Lo que sí tenemos por naturaleza es el impulso de proteger a nuestros hijos y a nuestros nietos. Este es un impulso que se va haciendo cada vez más débil a medida que la imaginación se lanza más adelante para morir finalmente en los "desiertos de la vasta futuridad". Ningún padre que fuese guiado por ese instinto soñaría, siquiera por un instante, reivindicar los derechos de sus hipotéticos descendientes contra los del niño que hoy llora y patalea en la cuna. Aquellos que entre nosotros aceptan el Tao quizá puedan afirmar que deberían hacerlo. Pero eso no afecta a los que consideran el instinto como fuente de los valores. Conforme vamos pasando del amor materno a la planificación el futuro debería ser menos respetable que los arrumaños y carantoñas de la madre más afectuosa o que las complacidas chinchorrerías de un padre apasionado. Si debemos basarnos sobre el instinto, estas cosas son la substancia y el pensamiento o la preocupación por la posteridad es la sombra, la inmensa, trémula sombra de la felicidad infantil proyectada sobre la pantalla del futuro desconocido. No digo que tal proyección sea una cosa mala, pero en este punto no me parece que el instinto sea la base de los juicios de valor. Lo que es absurdo es pretender que nuestra preocupación por la posteridad encuentre su justificación en el instinto, y después burlarse a cada momento del único instinto sobre el que se supone que debería apoyarse, arrancando casi al niño del seno materno para confiarlo a la guardería o jardín de infancia por interés del progreso y de la humanidad futura.
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