Pero ¿por qué debemos obedecer al instinto? ¿Es que hay quizá un instinto de orden superior que nos impulsa a hacerlo?, ¿habrá entonces un tercer orde de superioridad que nos impulse a obedecer al segundo instinto?, ¿habrá una infinita serie de instintos? Esto es presumiblemente imposible, y no hace falta decir más. De la constatación del hecho psicológico "Encuentro en mí el impulso a actuar de tal y tal modo" no podemos deducir de ningún modo el principio práctico "Debo obedecer este impulso". Incluso aunque fuera cierto que los hombres tuvieran un impulso espontáneo e irreflexivo de sacrificar la propia vida por la conservación de sus semejantes, sería una cuestión aparte del problema de ese impulso ha de ser cuidadosamente controlado o si, por el contrario, ese impulso ha de ser fomentado. De hecho, también el Innovador admite que hay que controlar muchos impulsos, todos aquellos, por ejemplo, que van en contra la conservación de la especie. Admitir esto nos sitúa, sin duda, ante una dificultad aún más sustancial.
Hablar de obedecer al instinto es como hablar de obedecer a la gente. La gente dice las cosas más dispares. Lo mismo pasa con los instintos. Nuestros instintos están en guerra unos con otros. Si se afirma que el instinto de la conservación de la especie debería ser obedecido siempre ¿de dónde sacamos un criterio para darle la precedencia? Oír a un instinto que defiende su causa y la decide en su propio favor sería más bien ingenuo. Si le prestamos oído cada instinto pide ser satisfecho a costa de los demás. Por el simple hecho de haber escuchado a uno en vez de a los otros, ya hemos prejuzgado el caso. Si nos sometiéramos al conocimiento de la respectiva importancia de nuestros instintos a un examen de ellos, no podríamos aprender nada de ellos. Pero tal conocimiento no puede ser, a su vez, instintivo: el juez no puede ser una de las partes en causa. Si, no obstante, lo es entonces la decisión no tiene ningún valor y no hay nada que justifique poner la conservación de la especie por encima de la autoconservación o del apetito sexual.
La idea de que, incluso sin apelar a un tribunal superior a los mismos instintos, podemos siempre encontrar una base para preferir un instinto determinado a los demás, es dificilísima de eliminar. Nos agarramos a palabras sin sentido: lo llamamos instinto "básico" o "fundamental", o "primario", o "profundísimo". Todo es inútil. O estas palabras esconden un juicio de valor que pasa por encima del instinto, y por tanto no es deducible a él, o bien son palabras que se limitan a registrar la intensidad, la frecuencia operativa y la extensión. En el primer caso, todo el entero intento de basar los valores sobre el instinto ha sido abandonado. En el segundo, esta observación sobre los aspectos cuantitativos de un acontecimiento psicológico no conducen a ninguna conclusión práctica.
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