viernes, 21 de mayo de 2010

La abolición del hombre (7)

Quizá todo esto quedará claro si ponemos un ejemplo concreto. Cuando un padre romano a su hijo que era dulce et decorum pro patri mori, creía en lo que decía. Comunicaba a su hijo una emoción de la que él mismo participaba y que estaba convencido de que estaba en armonía con el valor que su juicio reconocía en morir noblemente. Daba a su hijo lo mejor de sí, disponiendo de su propio espíritu para humanizarlo, así como había dispuesto de su cuerpo para engendrarlo. Pero Ticio y Cayo no pueden creer que al llamar dulce y honorable semejante muerte "estuvieran diciendo algo immportante sobre algo". Su propio método de crítica desenmascarada se volvería contra ellos mismos si lo intentaran. Esto es así porque la muerte no se come y por tanto no puede ser dulce en sentido literal y tampoco es verosímil que las sensaciones reales que la preceden sean dulces, incluso por analogía. En cuanto a decorum, es sólo una palabra que expresa los sentimientos de otros respecto a vuestra muerte cuando quiera que vuelvan a recordarla, lo cual no sucederá a menudo, y ciertamente esto no os será de ninguna utilidad. Sölo dos son las alternativas que se le ofrecen a Ticio y Cayo. O llegan hasta el final y critican desenmascarando también este sentimiento, como todos los demás, o se ponen manos a la obra de producir, desde fuera, un sentimiento que a juicio de ellos no tiene valor alguno para el alumno y que, en cuanto que nos es útil a nosotros (supervivientes) que lo sienta, puede costarle la vida. Si optan por esta segunda posibilidad, la diferencia entre la educación antigua y la educación nueva, será muy grande. Donde la antigua iniciaba, la nueva se limitará a "condicionar". La antigua trataba a los alumnos como las aves adultas tratan a las aves jóvenes cuando les enseñan a volar; la nueva los trata, por el contrario, como el granjero industrial trata a los pollos, tratándolos de una manera u otro según se proponga unos objetivos u otros, de los cuales los pollos no saben nada. En una palabra: la antigua era un tipo de propagación: los hombres transmitían la propia humanidad a otros hombres. La nueva es pura y simple propaganda.

Debemos creer que Ticio y Cayo pueden haber elegido la primera posibilidad de la alternativa. La propaganda es lo que ellos abominan, pero no porque su filosofía proporcione argumentos para condenarla (o cualquier otra cosa), sino porque ellos son mejores que su teorías. Probablemente hay en ellos una noción vaga (me ocuparé de ella en la próxima lección) de que si fuera necesario valor, buena fe y justicia, podrían ser propuestas al alumno sobre el justificante de los que llamarían "razonable", "biológico" o "moderno". Mientras tanto dejan el asunto a su propia lógica y continúan su proceso de crítica.

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