Desde este punto de vista la conquista de la Naturaleza aparece con una luz nueva. Nosotros reducimos esas cosas a simple Naturaleza de modo que podamos conquistarla. Estamos siempre conquistando la Nautraleza, porque "Naturaleza" es el nombre que damos a lo que, en cierta medida, hemos conquistado. El precio de la conquista es tratar las cosas como simple Naturaleza. Cada conquista de la Naturaleza acrecienta el dominio. Las estrellas no se hacen Naturaleza hasta que no podemos medirlas y calcular su peso; el alma no se hace Naturaleza hasta que no podemos psicoanalizarla. Quitar poderes a la Naturaleza es también un sometimiento de las cosas a la Naturaleza. Mientras este proceso se detiene antes de llegar al estadio final, podemos pensar que la ganancia superan las pérdiddas. Pero en cuanto demos el paso final de reducir nuestra propia especie humana al nivel de simple Naturaleza, todo el proceso se hace vano, porque entonces el ser que gana y el ser que es sacrificado es uno y el mismo. Este es uno de los muchos ejemplos en que mantener u principio hasta lo que parece una conclusión lógica conduce al absurdo. Es como la famosa historieta del irlandés que descubrió que un cierto tipo de estufa reducía a la mitad el consumo de leña y de ahí concluyó que con dos estufas de ese tipo podría calentar la casa sin leña ninguna. O como en el caso del pacto con el diablo: renuncia a tu alma a cambio del poder: una vez hayamos renunciado a nuestras almas, es decir, a nosotros mismos, el poder así adquirido ya no puede pertenencernos. En realidad seremos esclavos y fantoches de aquel a quien hemos cedido el alma. En el poder del hombre está el tratarse a sí mismo como un simple "objeto natural", y a los propios juicios de valor como materia prima para manipularla científicamente alterándola a placer. La objeción a tal operación no reside en el hecho que este punto de vista sea doloroso y traumático hasta que nos habituemos a él (como para quien entre por primera vez en la sala de disección). Dolor y trauma constituyen todo lo más una advertencia y un síntoma. La verdadera objeción es que si el Hombre elige tratarse a sí mismo como material prima, materia prima será. Pero no una materia prima que, como había imaginado ingenuamente, iba a ser manipulada por él, sino el simple apetito, es decir, la simple Naturaleza en la persona de sus condicionadores deshumanizados.
Como Lear, hemos tratado de seguir dos caminos a la vez: renunciar a nuestra prerrogativa humana y, al mismo tiempo, retenerla. Es imposible. O somos espíritus racionales siempre obligados a obedecer los valores absolutos del Tao, o bien somos simple Naturaleza para que hagan con ella lo que quieran los dueños que, por hipótesis, no pueden tener otros motivos que sus impulsos naturales. Únicamente el Tao proporciona una común regla humana de acción que puede acoger en sí misma dirigentes y dirigidos a la vez. Una fe dogmática en valores objetivos es imprescindible absolutamente para la idea incluso de una dirección que no sea tiranía o de una obediencia que no sea esclavitud.
No pienso ahora solamente, ni siquiera principalmente, en aquellos que son nuestros enemigos públicos. El proceso que, si no se controla, abolirá al hombre se abre rápidamente camino entre los comunistas y los demócratas no menos que entre los fascistas. Al inicio puede que los métodos difieran en brutalidad, pero muchos científicos de suave mirada, muchos dramaturgos pupulares, muchos filósofos aficionados entre nosotros equivalen a largo plazo a los legisladores nazis de Alemania. Los valores tradicionales están destinados a ser criticados desenmascadoramente y el género humano está destinado a ser remodelado según la voluntad o, más bien, el capricho de unos pocos afortunados miembros de una generación afortunada que hayan aprendido cómo hacerlo. Nuestro propio lenguaje comienza a estar condicionado por la fe en que puedan inventar "ideologías" a placer y que, en consecuencia se puede tratar el género humano como pura naturaleza, como ejemplares preparados. Hubo un tiempo en que a los hombres malos se les mataba, hoy se liquidan los elementos asociales. La virtud se ha convertido en integración y la diligencia en dinamismo, y los jóvenes capacitados para realizar misiones importantes en la sociedad son "cuadros potenciales". Y, lo más asombroso de tod, las virtudes de la sobriedad y la templanza, e incluso la inteligencia común, son obstáculos para la mente.
El verdadero significado de lo que está sucediendo es ocultado por el uso de la abstracción Hombre. No es que la palabra Hombre sea necesariamente una pura abstracción. En el propio Tao, permaneciendo en su interior, encontramos la realidad concreta participar en lo que significa verdaderamente hombres: manifestar realmente una voluntad común y una común razón de humanidad que son como un árbol vivo que florece y, al cambiar las situaciones, son como nuevas ramas en aplicaciones llenas de hermosura y dignidad. Mientras hablamos desde dentro del Tao, podemos hablar del Hombre que tiene poder sobre sí mismo en un sentido verdaderamente análogo al autocontrol de un individuo. Pero en cuanto nos alejamos y miramos al Tao como un mero producto de la subjetividad, esta posibilidad desaparece. Lo que hoy es común a todos los hombres es una mera abstracción universal, una especie de Máximo común divisor, y la conquista de sí mismo por parte del hombre significa sencillamente el dominio de los condicionadores sobre el material humano condicionado, el mundo de la posthumanidad que es lo que casi todos los hombres de todas las naciones, unos conscientemente y otros inconscientemente, están trabajando para producir.
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