sábado, 29 de mayo de 2010

La abolición del hombre (24)


Las aparentes derrotas de la Naturaleza: retiradas estratégicas

Así pues en el momento de la victoria del Hombre sobre la Naturaleza, encontramos toda la especie humana sujeta a algunos individuos, y éstos sujetos a lo que en ellos es puramente "natural": sus impulsos irracionales. La Naturaleza, desvinculada de los valores, domina a los condicionadores y, por medio de ellos, a toda la humanidad. Así resulta que la conquista de la Naturaleza por parte del hombre es, en el momento de su culminación, la conquista del hombre por parte de la Naturaleza. Cada victoria, en apariencia nuestra, nos ha llevado, paso a paso, a esta conclusión. Todas las aparentes derrotas de la Naturaleza no han sido otra cosa que retiradas estratégicas. Pensábamos que la habíamos hecho huir y en realidad era ella la que nos llevaba consigo. Lo que nos parecía manos alzadas en señal de rendición eran en realidad brazos abiertos en espera de cerrarse para siempre sobre nosotros. Si llega alguna vez a existir el mundo completamente planificado y condicioinado (con su Tao reducido a simple producto de la planificación), la Naturaleza ya no será nunca más perturbada por la especie indócil que se le alzó en rebelión hace tantos millones de años, ya no será nunca más hostigada por parloteos sobre verdad y piedad y belleza y felicidad. Ferum victorem cepit: y si la eugenesia llega a ser suficientemente eficaz estará en los brazos protectores de los condicionadores, y los condicionadores en los brazos protectores de la Naturaleza. Y así hasta que caiga la luna y se apague el sol.

Mi punto de vista quedará más claro si lo presento de otra forma. La palabra Naturaleza tiene varias acepciones que serán mejor comprendidas si consideramos los respectivos contrarios. Lo Natural es contrario de lo Artificial, de lo Civil, de lo Espiritual y de lo Sobrenatural. En este momento lo Artificial no nos interesa. Pero si tomamos la lista de contrarios que queda, pienso que nos será posible hacernos una sumaria idea de lo que los hombres han entendido por Naturaleza y de lo que se le opone. La Naturaleza parece limitarse al concepto de espacial y temporal, distinto de lo que lo es menos o no es en absoluto. Parece ser el mundo de la cantidad: el mundo de lo limitado contra el mundo de la cualidad; el mundo de los objetos contra el de la conciencia; el mundo de lo que no conoce valores contra el que los tiene y a la vez los percibe; el mundo de las causas eficientes (o, en algunos sistemas modernos, de la absoluta carencia de causalidad) contra las causas finales. Mi opinión es que cuando comprendemos una cosa analíticamente y por tanto la dominamos y nos servimos de ella para nuestro interés, la reducimos al nivel de la "Naturaleza" en el sentido de que suspendemos todo juicio de valor sobre ella, ignoramos la causa final (si es que hubiera alguna) y la tratamos en términos de cantidad. Este cerrar los ojos a aspectos de lo que, de otra manera, rachazaríamos con todo nuestro ser, es a veces muy patente, y incluso doloroso: se necesita superar algo antes de lanzarse a cortar en pedazos el cadáver de un hombre o el cuerpo de una animal vivo en la sala de disección. Estos objetos resisten al movimiento del pensamiento por medio del cual los catapultamos al mundo de la simple Naturaleza. Pero también en otros casos se nos pide el mismo precio para lograr nuestro conocimiento analítico y nuestro poder de manipulación. Cuando cortamos los árboles para hacer vigas, no los consideramos ninfas u objetos hermosos: quizá el primer hombre que los cortó debió haber sentido agudamente el precio que pagaba, y los árboles sangrantes de Virgilio y de Spenser quizá eran el eco remoto de un sentimiento primitivo de impiedad. Las estrellas perdieron su divinidad conforme se fue desarrollando la astronomía, y ya no hay sitio para el Dios Moribundo en la agricultura química. Sin duda, para muchos este proceso representa simplemente el descubrimiento gradual de que el mundo real es distinto de lo que pensaban los antiguos, y la vieja oposición a Galileo o a los "desenterradores de cadáveres" es simple oscurantismo. Pero la historia no acaba aquí. No son los grandes científicos modernos los que se sienten seguros de que el objeto, despojado de sus propiedades cualitativas y reducidad a pura cantidad, sea completamente real. Son los científicos menores, los pequeños aficionados que les siguen, los que piensan así. Las grandes mentes saben perfectamente que el objeto, tratado de esa manera, es una abstracción artificial, que una parte de la realidad se ha perdido.

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