lunes, 24 de mayo de 2010

La abolición del hombre (16)

Por ejemplo, el Innovador estima ampliamente los derechos de la posteridad. Pero no puede derivar ningún derecho válido para la posteridad a partir de instinto o (en sentido moderno) de la razón. En realidad él toma nuestro deber respecto a la posteridad del Tao: nuestro deber de hacer el bien a todos los hombres es un axioma de la Razón práctica, y nuestro deber de hacer el bien a nuestros descendientes deriva claramente de ésta. Pero entonces, en toda forma de Tao que nos ha llegado, junto al deber respecto a nuestros hijos y descendientes está el deber respecto a a los padres y antepasados. ¿Con qué derecho rechazamos uno y aceptamos el otro? Una vez más, el Innovador puede poner en primer lugar los valores económicos. Hacer que la gente esté bien alimentada y bien vestida es el gran fin, y para conseguirlo se pueden dejar de lado los escrúpulos de justicia y buena fe. Naturalemnte, el Tao concuerda con él sobre la exigencia de la gente alimentada y vestida. A menos que el Innovador no se sirviese a su vez del Tao no podría serle conocido semejante deber. Pero junto a ese deber, en el Tao tienen lugar aquellos deberes de justicia y de buena fe que él está dispuesto a criticar dsenmascaradoramente. ¿Cón qué derecho? Supongamos que es un patriotero, un racista, un nacionalista fanático para el cual, cualquie otro pueblo debe someterse al progreso del suyo. No se encontrará ningún tipo de indicación práctica, ni apelación al instinto que le proporcione las bases para semejante opinión. Una vez más, de hecho él lo obtiene del Tao: como deber respecto a la propia gente -porque de nuestra gente se trata- que es un deber que forma parte de la moral tradicional. Pero junto a ese deber, y como limitándolo, en el Tao encuentran su lugar las inflexibles exigencias de la justicia, y la regla de que, en general, todos los hombres son nuestros hermanos. ¿De dónde procede el derecho del Innovador para hacer discriminaciones?

Puesto que no creo que haya respuesta alguna para esas pregunas sacaré las conclusiones siguientes. Esa cosa que por comodidad hemos convenido en llamar Tao, y que otros pueden llamar Ley Natural o Moral Tradicional o Primeros Principios de la Razón Práctica o Primeros Lugares Comunes, no es simplemente uno entre muchos posibles sistemas de valores: es la sola y única fuente de todos los juicios de valor. Si lo rechazamos, rechazaremos todo valor. Manteniendo cualquier valor, lo estamos manteniendo. Esforzarse por refutarla y poner en su lugar un nuevo sistema de valores equivale a contradecirse. No ha habido nunca, ni habrá jamás, un juicio de valor radicalmente nuevo en la historia del mundo. Sea la que sea la pretensión de los nuevos sistemas o, como se llaman hoy, ideologías, todos están hechos con fragmentos del Tao, arrancados arbitrariamente de su contexto y por tanto exasperados, aunque siempre deben al Tao, y sólo a él, toda su eventual validez. Si mis deberes respecto a mis padres son uns superstición, entonces lo serán mis deberes respecto a la posteridad. Si la justicia es una superstición también lo será mi deber respecto a mi país o a mi raza. Si la búsqueda del conocimiento científico es un valor real, entonces también lo es la fidelidad conyugal. La rebelión de las nuevas ideologías contra el Tao es la rebelión de las ramas contra el árbol: si lo destruyeran, los rebeldes se encontrarían que se han destruido a sí mismos. La mente humana no está más capacitada para inventar un nuevo sistema que para imaginar un nuevo color primario, o para crear un nuevo sol y un nuevo cielo en el que ponerlo a girar.

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